Que Neil Young sea un perfecto ejemplo de cómo en el mundo del rock es posible envejecer con clase, sin apartarse de los principios, sin apaciguar la rabia y sin abandonar una actitud inconformista y rebelde, no significa necesariamente que todas las entregas discográficas del canadiense deban ser obras maestras.
Este Le Noise tampoco lo es, pero sí constituye una nueva enérgica declaración de esos principios que siempre han impulsado su carrera.
En esta ocasión, con Daniel Lanois en los controles y sin el respaldo de otros músicos, nuestro hombre exorciza sus demonios habituales (guerra, amor, dolor por la pérdida de seres queridos...) a base de tormentas eléctricas que se alternan con algún reflexivo y entristecido tema acústico.
Mediante discos como éste, y a pesar de que sólo incluya ocho cortes en no mucho más de media hora, Young reafirma que la rendición no se divisa en su horizonte, que su ánimo no decae y que no le intimida enfrentarse a quién sea armado tan solo con una guitarra, por temerario que ello pueda parecer.
Admiramos su determinación y celebramos que persista, aunque haga tiempo que no alcance el nivel que le convirtió en uno de los más grandes.
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