Hay gente que bebe para olvidar, pero no tienen en cuenta que la bruma de esos recuerdos dolorosos convierten en más insoportable la resaca . El anterior álbum de Deer Tick, “Divine Providence”, representó una juerga de grandes dimensiones con el espíritu de los The Replacements apurado en cada vaso de tequila. Ahora la banda de John McCauley, pega un bandazo, y nos presenta un disco que empieza de forma inmejorable, (“The Rock” corta el hipo), pero que poco a poco se va diluyendo en una seriedad con aroma a clásico que, lanzada tan de sopetón, te descoloca. Un ni tanto ni tan poco que, por decirlo de forma más clara, provoca que nos quejáramos de la falta de seriedad del anterior y ahora lo hagamos del exceso de esta. Una formalidad que ha llevado a que determinadas piezas suenen muy apegadas a los cánones clásicos de por ejemplo Tom Petty o incluso Aerosmith en las baladas. Y eso, viniendo de un grupo que siempre ha estado en la cuerda floja de su peculiaridad, los iguala con la media, lo cuál no puede ser bueno del todo. De todas formas si se olvidan ciertos momentos en los que el sonido suena apegado a patrones estándar (baladas como “Just Friends” o “Hey Doll”; el soul crepuscular de “Trash” o el dueto country con “Vanessa Carlton en “In Our Time”) hay los suficientes destellos de clase como para su disfrute. Y eso, a pesar de la resaca.
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