No es de extrañar que la hipnótica y misteriosa figura del gato haya sido inspiración para un amplio y diverso universo de escritores. Desde Neruda a Baudelaire pasando por Bukowski o Mark Twain han hecho danzar sus trazos entorno a los ronroneos de tales animales. Pero como cantaban los Enemigos en uno de sus temas, “No amanece en Bouzas”, ese adorable ser se puede volver fiera, y no es tanto consecuencia de una mutación de especie como de la puesta en escena de sus instintos más primarios. Dicha metáfora, propiciada por el título de su disco, “Felina”, y su relectura “Felinas”, es perfectamente aplicable a Nat Simons, quien durante este trayecto más reciente de su carrera diluye -que no elimina- ese tono más relajado, ubicado entorno a los sonidos de raíz estadounidense, entre una pulsión mucho más roquera y arrebatada. Un ejercicio, surgido de manera individual pero arropado bajo sororidad colectiva, que tiene mucho de empoderamiento artístico y personal, un imponente maullido que suena bello pero igualmente alimentado de rabia y coraje.
Triunfar en el WiZink Center, más todavía si se orbita entorno al rock and roll, es un logro que debe ser sin duda puesto en valor, pero eso no debe obviar que dicho éxito siempre, o casi siempre, llega precedido de un peregrinar, a veces angustioso, por pequeñas y frías salas donde el silencio en muchas ocasiones instiga fantasmas respecto a la valía del propio autor. Por eso, este disco en directo, que glosa la actuación ofrecida en el foro en febrero del 2024, es la celebración de una fecha histórica al mismo tiempo que una mirada hacia todo ese proceso histórico previo. Un desarrollo representado en un repertorio que, si bien, se centra en sus grabaciones más recientes, también más afines a su momento presente, no rehuye trasladar aquellas pretéritas hacia su identidad actual, haciendo que sombreros de cowboy y guitarras acústicas se transformen en cuero y vatios.
En esa bipolaridad sonora, en absoluto manifestada de forma drástica, sino al contrario integrada a la perfección, el elemento idiomático también cumple su función separadora, siendo el inglés la marca de agua que delata composiciones pasadas. Canciones como “You Just Can’t Imagine”, a pesar de ser masajeadas por este renovado formato, y que hará de una vigorosa banda un elemento esencial es esa imponente disposición, siguen atravesadas por un rock americano ágil y emotivo que linda por igual con Sheryl Crow o Lucinda Williams, siendo el verbo más afligido de esta segunda el que permea entre la melancólica hermosura de “The Way It Is”. Dueña de una delicadeza melódica soplada por el viento sureño proveniente de Emmylou Harris, “Another Coffee And Cigarette Day” destaca por su esbelta sensibilidad, siendo “Aint No Blues”, y haciendo bueno su título, un envite de sudoroso boogie, armónica en ristre, que sale en busca de esos vetustos ritmos que también persigue una campestre “People”, cargada de ese imaginario polvoriento donde la carretera, la compañía, en este caso representada en Virginia Maestro, y el camino por avanzar se convierte en la única meta válida.
Sin pretender señalar a los temas expuestos hasta ahora como un paréntesis en el verdadero nervio que contiene el disco, sin embargo la declaración de principios que enarbola la inaugural “Finale” es igualmente la expresión más fidedigna del ánimo sonoro que identifica al álbum. Su rock setentero, una denominación que no deja de ser la forma en que las raíces tradicionales adoptan un mayor vigor, despliega el fervor anidado en artistas que van desde Janis Joplin a los Black Crowes. Revolviendo entre las hojas del calendario, éstas parecen marcar los afilados años noventa cuando en “Televisión”, caja catódica que también ilumina la presencia de Eva Ryjlen, la sensualidad y el crudo arrebato conviven, destapando toda su procacidad en una “Ley animal” que saluda desde la cercanía a bandas como Hole. Vivaces y contundentes armonías que adquieren la cadencia típica del glam, a la que se suma Marina Iñesta, de Repion, a través de “Llámame (Call Me), adaptación del tema de Blondie que significa, más allá del homenaje a las virtudes de la composición original, una mano extendida -y sujeta con admiración- a la figura de Debbie Harry.
En ese implícito halago manifestado en sus canciones, y colaboraciones, por Nat Simons, si con “La noche es... (Because the Night)” tiende puentes entre Patti Smith y Aurora Beltrán, tampoco se olvidará del rock de escuela lírica que suponen 091 y Lapido, quien flanquea a la madrileña para desenvainar una apoteósica interpretación de “Qué fue del siglo XX”. Pero el culmen de las versiones, por todo el calado simbólico que contiene, es el “Queens of Noise”, firmada por The Runaways, la primera gran banda íntegramente formada por mujeres y que acogió nombres como Cherie Currie o Joan Jett, y expedida en forma de furiosos riffs, espoleados junto a Igor Paskual, con el membrete de los australianos AC/DC. Santoral de roqueras, que van desde Luz Casal a Suzy Quatro pasando por Chrissie Hynde, a las que no se me ocurre una forma más honrosa de venerar que desembarazarse de cualquier restricción genérica par danzar sobre el adrenalítico power-pop de “Big Bang”, en compañía de Anni B Sweet, realizando un ejercicio absoluto de libertad estilística.
“7 Vidas En La Sala” es un imponente disco en directo, pero también todo un decálogo de intenciones sonoras y vitales que persiguen la ruptura de encorsetamientos. Nat Simons ha conducido, y pese a sus cambios de trazadas siempre bajo un piso de inapelable calidad, entre los escollos de una industria y un ecosistema musical todavía enfangado de prejuicios y actitudes sonrojantes. Pese a ello, ha conquistado un espacio particular atesorando un flexible manejo de un idioma del rock que ha llevado por terrenos clásicos y embriagadores o atravesando grandes urbes con el acelerador pisado. Aptitudes igual de apreciables para una compositora que se ha proclamado totalmente dueña para escoger cuándo acariciar o rugir.
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