Nashville

Cuando parecía del todo imposible superar lo atesorado hasta la fecha en una carrera casi impecable, Josh Rouse nos noquea de nuevo sacando de su chistera creativa su disco más homogéneo personal y completo. El álbum de vocación más pop y relajada, más vital, sobrio y delicado de todo lo realizado con anterioridad.

Con una instrumentación exquisita heredada de las enseñanzas de su maestro Kurt Wagner, en la que todo suena en su sitio sin ninguna estridencia, el estadounidense ha logrado encajar con gran delicadeza todas las piezas de un puzzle compuesto a base de pianos, acústicas, teclados y algún que otro punteo eléctrico estupendo. Elementos con los que nos sorprende dejando constancia de su amor por el pop sofisticado de los Smiths (“Winter In The Hamptons”) por la orfebrería pop a la manera de unos de Belle And Sebastian (“Caroliña”) y por acudir a las raíces de la música de su país con la elegancia que sólo Lambchop saben conseguir (“Saturday”). Eso cuando no le da por sentarse él solo al piano para demostrar que no únicamente Ed Harcourt es capaz de plasmar su sensibilidad impoluta (“Sad Eyes”). Un disco portentoso que no debería dejar escapar ningún delicado melómano.