El tercer trabajo de esta inglesa de treinta y un años tiene todos los ingredientes para establecer un antes y un después en su carrera. No en vano las críticas que ha recibido en su país han sido excelentes, logrando una repercusión que no había tenido con sus dos anteriores discos. La clave es que tanto ella, con su voz más que adecuada para el lamento trágico, y su productor Ben Hiller (Depeche Mode, Doves, Blur o Elbow) tenían más claro donde estaba la diana. En los tiempos que corren realizar un álbum que gire alrededor de temas como la guerra en Siria, la crisis de los refugiados de Calais, el resurgir de la ultra derecha y demás problemas parece casi obligado, lo malo es que el peso de la obviedad acabe hundiendo el resultado. Y es que la música de Nadine Shah tiene algo de impostado y mucho de laboratorio. No suena con la autenticidad de una Patti Smith, ni con la belleza poética de una PJ Harvey, cuya influencia se cuela en sus surcos de forma más que evidente – escuchen cortes como “Holiday Destination” o “Out The Way”- . Pese a todo, el disco acarrea destellos de acierto (“Yes Men”) y hay momentos en los que logra su propósito de generar cierto desasosiego post-punk.
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