La publicación hace un año del libro de poemas y relatos “Reanudación de las hostilidades” anticipaba de alguna forma esa combinación de lo privado y lo colectivo que domina “Violética” hasta el punto de que ambos niveles acaban confundidos en su desarrollo. Es curioso, porque el irregular “Política de hechos consumados” (2004) terminaba con una dimisión como ser humano que nada tiene que ver con el compromiso político (entendiendo la política en su sentido más amplio, al margen de las instituciones) que Nacho Vegas ha asumido estos últimos años. El trecho que separa ambas obras es el mismo que ha recorrido hasta llegar a este doble álbum (triple en su edición en vinilo) ante el que no es difícil tener la sensación de que estamos, como señalaba Abraham Boba, ante un recopilatorio actualizado del cancionero del asturiano. O más bien, por precisar, de las maneras en que ha ido mostrando sus canciones desde 2001: están aquí todos los Nacho Vegas que hemos ido conociendo a lo largo de este tiempo, porque ya en temas lejanos como “Maldición”, “Por culpa de la humedad”, “Canción de palacio #7” o “Canción de Isabel” aparecían relatos íntimos asociados a situaciones muy concretas (violencia machista, capitalismo, paro, desesperación, deshaucios, etc.), aunque haya sido a partir de “Cómo hacer crac” (2011) cuando esto se ha hecho más evidente.
Está también la crónica, a modo de periodismo bastardo, deparando momentos tan aparentemente alejados como “Crímenes cantados” (metiéndose de lleno en el agujero negro de los CIES, mientras en lo formal aparecen ecos a The Jesus & Mary Chain), “Vete a ver la ballena” o “El puente de l’Ara”, aquí con una historia turbia en plena cuenca minera que da cuenta también del carácter colectivo de este trabajo: el papel del Coro Antifascista Al Altu La Lleva acaba siendo decisivo en el desarrollo de la canción, como lo será más tarde en “(Pasamos) El Negrón”. No solo eso, que ya antes habíamos vislumbrado (“Canción para la PAH”), sino también unas colaboraciones nada testimoniales: donde años atrás podía aparecer Jota (“Noches árticas”), en un contexto de adicciones bien conocidas, ahora lo hacen Maria Rodés (amparo y ternura en “Ser árbol”), Christina Rosenvinge (“Maldigo del alto cielo”, versión de la folclorista chilena Violeta Parra) y Cristina Martínez (“La última atrocidad”, afilada como una cuchilla). Voces de mujer en el disco más femenino del asturiano; y aquí se mezclan de nuevo historias íntimas con la reivindicación plural, rescatando figuras como la de Aída de la Fuente (“Aída”), al tiempo que se cierra el círculo de la resistencia, iniciado con “El corazón helado” y que incluye también escenas de combate vestidas de amabilidad (“Tengo algo que decirle”).
Porque si algo define a “Violética” es la decidida falta de compartimentos estanco, tanto en el contenido como en lo formal, creando un discurso transversal que reúne tradición, activismo, rock y vanguardia social; en el que el sonido de Einstürzende Neubauten puede servir como punto de partida para poner música a un poema perdido de los Caxigales; en el que la autoría se diluye a veces, las ballenas varadas cambian de siglo, las canciones se abren a interpretaciones diversas, la reacción frente a la neutralidad se baila a ritmo de cumbia y las composiciones que en primer término parecen más descolgadas en el conjunto (“Un ejemplo de discreción”) acaban reclamando su propio espacio. Una crecida que se manifiesta en “Desborde”, hasta que el “glub-glub” del coro certifica la nueva vida bajo el agua, consiguiendo que esta particular reanudación de las hostilidades no se limite a una única voz, ni se quede como un hecho aislado, sino que recorre el camino que va de lo individual a lo colectivo (y viceversa). Es ahí, desde la Puerta del Sol hasta el Angliru, desde Violeta Parra y José Alfredo JIménez hasta el rock de Spacemen 3 y desde la Zarzuela hasta el CIE de Aluche, donde encontramos a Nacho Vegas en este mundo raro que vivimos hoy.
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