Se crió en la campiña inglesa, pero Myles Sanko tiene perfectamente somatizados los preceptos sagrados del soul clásico, que reverberan con hechuras contemporáneas en una discografía pujante, emparentada con la de Gregory Porter en unas lides que exceden su rol de telonero en algunas de las giras del californiano: su forma de aromatizar su discurso con sonoridades jazz, zarandearla con cimbreos funk y embellecerla con arreglos cinemáticos le sitúa en su misma sintonía, quizá aún sin la audacia formal de un Michael Kiwanuka, pero con un hervor que sortea la modorra esteticista.
El soul alborotado a lo Wilson Pickett (“Promises”), los medios tiempos satinados que remiten a Gil Scott-Heron o Curtis Mayfield (“This Ain't Living”, “For You”) o baladas en la tradición sureña (“I Belong To You”) dan fe de la frondosa exuberancia de un tercer trabajo -esta vez con Tom O'Grady compartiendo cuatro créditos- que derrocha clase, sobresaliendo entre esa pléyade de reanimadores de un género tan eterno que lleva tiempo sin necesitar prefijos ni sufijos.
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