La neoyorquina Cassandra Jenkins se colocó en el ojo crítico con su anterior disco, "An Overview on Phenomenal Nature", publicado en 2021, que contenía una canción tan notable como "Hard Drive". Ahora regresa con un tercer disco, "My Light, My Destroyer", que hace buena esa promesa y la lleva un paso más adelante, envolviendo sus sugerentes letras en arreglos elegantes y atrevidos, en el que caben saxofones tipo Sophisti Pop y guitarras sucias con herencia de Neil Young.
El trabajo reciente con el que me parece que guarda más relación es con el "Ignorance" (21) de The Weather Station, con cuya líder, Tamara Linderman, guarda ciertas semejanzas vocales, esa voz profunda que parece envolver las melodías, pero en el caso de Jenkins con un punto más variado, en el que a los Fleetwood Mac de "Tango In The Night" (87) también se le pueden sumar influencias del rock alternativo de los 90 o el Dream Pop.
Aunque los tempos nunca se llegan a romper del todo, predominando totalmente los tiempos medios, existe bastante variedad sonora en este "My Light, My Destroyer", al que a sus ocho canciones se suman cinco interludios e instrumentales donde se permite varios experimentos sonoros. Eso sí, donde brilla más es en su faceta como letrista, donde se muestra al mismo tiempo conmovedora y observadora, describiendo a la vez lo temporal y lo eterno con una especie de cotidiana abstracción.
"Devotion" comienza el disco de manera suave, una suave guitarra acústica sobre la que Jenkins comienza a cantar con su delicada y grave voz, ligeras pinceladas van coloreando la canción, incluido un bajo sin trastes y una bienvenida sección de viento al final de la misma. Con "Clams Casino" se acaban los ecos folkies y entran las primeras guitarras distorsionadas del disco, una especie de Crazy Horse tocando detrás de Aimee Mann, en un tema sobre soledades y esperanzas. Por su parte, "Delphinium Blue" la emparenta con el trabajo de Julia Holter y el uso del bajo sin trastes también trae a la mente a la mismísima Kate Bush, es una canción ensoñadora a medio camino entre el art pop y el sophisti pop.
Con esas tres primeras canciones Jenkins se saca de la manga un comienzo de disco casi perfecto en el que muestra la variedad de sus influencias y su talento compositivo, pero luego llega el primero de los múltiples interludios del disco, que son la gran sombra del mismo. Es cierto que intentan dar una narrativa más clara a esta obra, y para alguien tan precisa con las palabras como Jenkins siempre está bien, pero también parece claro que musicalmente diluyen el fluir del disco y no están al nivel de las otras composiciones.
En "Aurora, IL" vuelven las guitarras con ecos a Neil Young pero aún más interesante es su letra en la que Jenkins vuelve a ir de lo íntimo a lo universal, describiendo su frustración por perder fechas de gira por culpa del COVID mientras reflexiona filosóficamente sobre el vuelo espacial de William Shatner en 2021 a bordo del cohete del multimillonario Jeff Bezos.
"Betelgeuse" es el intermedio más largo del disco, se trata de una conversación grabada entre Jenkins y su madre, profesora de ciencias, contemplando los planetas y reflexionando sobre el sistema solar, sobre un fondo jazz. Da paso a "Omakase", la canción en la que suelta el título del disco, donde vuelve a brillar su liricismo ("Soñé que me dabas de comer / Bayas de Omakase / Soñé que éramos coyotes / Lamiéndonos las semillas de los dientes / Y me desperté / En el calor de Phoenix / Ojalá pudieras haberlo visto") que viene impregnado con ciertos ligeros toques jazz.
Con "Petco", otra de las canciones más destacadas del disco, regresa al indie noventero de guitarras, sonando como la primera Mitski, mientras que "Attente Telephonique" es una breve y nebulosa narración de voz en off en francés que suena sobre pinceladas de jazz de fondo.
La última canción, propiamente dicha, del disco es "Only One", con un sonido cercano al sophisti pop de los 80 de bandas como The Blue Nile o Prefab Sprout. El réquiem final es un precioso instrumental a cargo de un cuarteto de cuerdas que deja con ganas de que Jenkins hubiera decidido alargarlo y hacer una canción con él.
En definitiva, "My Light, My Destroyer", es un trabajo que suena tan sedoso y estilizado como el manto violeta que luce Jenkins en la portada, convirtiéndose en el disco de confirmación de una artista a la que habrá que seguir de muy cerca.
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