La historia de The Brian Jonestown Massacre va a ir por siempre jamás unida a las imágenes y repercusión de “Dig!”, la película documental que plasmaba no sólo la rivalidad entre estos y los edulcorados Dandy Warhols, sino también por lo enormemente cafre que podía resultar su líder Anton Newcombe y el delirante problema no sólo con las drogas, sino con su enfermizo cerebro.
Y si este hecho a priori parece positivo para la banda, pues consigue que mucha gente que nunca habría reparado en ellos les preste atención, no es menos cierto que todos los pasos de TBJM parecen encaminados a desprenderse de los advenedizos y quedarse sólo con sus fans de base. Esos que de verdad adoran ese jodido underground del que hacen bandera desde el mismo título de su treceava referencia. Pues no sólo los pasos discográficos de la banda son difíciles de seguir, también en lo musical hay que tenerlos muy grandes, ya que se embarcan en una psicodelia tan clásica como embarullada y pretendidamente iluminada, recomendable tan sólo para los adeptos a los que nos referíamos, pero totalmente desaconsejable para los que tan sólo quieran reírle las gracias a estos iluminados de mucho cuidado.
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