Podría escribirse un extenso estudio sociológico sobre los machos británicos partiendo del retrato que de ellos ofrecen Lilly Allen y Kate Nash, dos artistas ligadas no sólo por haber irrumpido en escena en el mismo momento y por los mismos medios, sino también por ese pseudofeminismo bobalicón del Cosmopolitan que prefiere la revancha: nunca me escuchas, nunca bajas la tapa del retrete, miras a otras tías, eres un cerdo y sólo quieres que llegue el fin de semana para empedarte con tus amigotes y ver el fútbol, etcétera. Ocasionalmente mordaz, en general supone un discurso bastante inocuo que, a ritmo de soul pop facilón, aporta más bien poco a un disco tirando a aburridote: Bernard Butler habrá hecho lo que ha podido, pero Kate Nash no es Duffy, ni tampoco Regina Spektor aunque se esfuerce ("Pickpocket"), ni siquiera es Lilly Allen, que tiene más mala leche y nos hace bailar. Quizás sea porque soy un tío, y bastante cerdo además, pero prefiero el fútbol.
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