Pese a que la música de Interpol siempre ha discurrido por unos cauces muy codificados, algunas de las correrías de Paul Banks al margen del ahora trío neoyorquino han desvelado vetas inéditas en su capacidad creativa. No tanto en su trabajo en solitario –ya fuera a su nombre o como Julian Plenti– como en aquella incursión en el universo hip hop de la mano de RZA que fue Banks & Steelz. Ahora se nos desmarca de nuevo con una versión cálida, analógica hasta lo vintage, ralentizada con mimo y gozosamente nocturna de sus potencialidades, en forma de triángulo perfectamente equilátero –porque todos comparten autoría y arreglos– con Josh Kaufman (productor, multi-instrumentalista y un tercio de Bonny Light Horseman) y Matt Barrick (batería de Jonathan Fire*Eater, The Walkmen, y de la banda de gira de Fleet Foxes). Se nota que el proyecto se ha cocido sin dar pasos en falso. A fuego lento. A conciencia. Porque se trata de un trabajo muy sólido, que en cierto modo emula la taciturna y elegante salmodia de The National o los propios The Walkmen, acolchando la voz de Banks en sintetizadores analógicos, ocasionales arreglos de viento (saxofón, trompeta) o piano y algún coro femenino (entre ellos, los de Annie Nero, mujer de Josh Kaufman) que le sientan estupendamente. Las canciones respiran, fluyen con naturalidad, reconfortan.
Es un disco contenido, repleto de medios tiempos y alguna balada, que tiene la virtud de preservar una atmósfera orgánica, reveladoramente honesta, hasta cierto punto instintiva y con una pizca de sentido del humor soterrado, y que por suerte esquiva artesanalmente la copia a carboncillo de ese indie rock pasteurizado y abonado a la grandilocuencia que en otras manos ha sonado tantas veces tan tópico. Todo un acierto.
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