Este disco confirma que a Matt Bellamy le han venido saliendo demasiado bien sus últimas jugadas, que se ha dado cuenta de que no necesita demasiado esfuerzo para parecer un genio, y que se ha acomodado hasta caer en una pereza en la que ha pensado que podría seguir convirtiendo lo pretencioso en brillante con un chasquido de dedos. Y eso se nota incluso en la portada de este nuevo trabajo.
Un análisis superficial de "Drones" llevaría a la conclusión de que la banda está cerrando el círculo, y tras la curvatura de la experimentación electrónica se está reencontrando con sus orígenes, con las guitarras duras y apocalípticas, lo que sería una excelente noticia para sus seguidores más prestos al headbanging. Esas guitarras muestran algunos momentos interesantes de juego con los agudos, pero los riffs son un pobre sombra de lo que fueron, tan pueriles -por mucho que todo quede apañado en el directo con una calidad de sonido extraterrestre- como el mismo hilo conceptual del álbum, que cuenta la historia de un ser oprimido, manipulado para servir a los intereses del poder, y finalmente autoliberado de sus cadenas.
Así, el acierto de la elección de Mutt Lange como productor para un regreso al rock queda sin amortizar, y aunque Muse vuelvan a ser una banda decente con la que engancharse a la música con 15 años, el "bluf" intelectual plasmado en "Drones" llega a ser demasiado embarazoso cuando el bajo perfil musical se hace más evidente y te obliga a prestar atención a lo que canta Bellamy, como en el triplete final con la muy olvidable "Revolt" y las aburridísimas "Aftermath" y "Drones", lamentable forma de cerrar (no digamos si además añadimos los terribles diez minutos de "The Globalist", en la edición deluxe) el peor disco del trío hasta la fecha.
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