Cuando uno escucha la opera prima de Bernat Sanchez sabe de inmediato que no esta delante de un disco más. Aquí pasan cosas, muchas cosas, y todas distintas. El talento, la inspiración, la fuerza, el buen gusto y unas letras geniales asaltan al oyente haciéndole mantener los oídos atentos durante los 11 temas del disco. No, la aventura en solitario de este habitual de la escena barcelonesa no podría haber empezado con mejor pie.
A parte de ceder su talento a artistas como Joana Serrat o Eric Fuentes, Bernie saca fuerzas para emprender un proyecto personal, en el sentido más estricto de la palabra: un disco sincero y profundo, creado, gravado y producido por él mismo en el más absoluto recogimiento. En él se vale del pop, la electrónica, la psicodelia, el rock sinfónico y un sinfín de géneros más para desnudarse y hablarnos de sus vivencias más íntimas y sus opiniones más personales a la vez que se protege de tanta emotividad con toques de entrañable frivolidad y cinismo inteligente. El resultado es una mezcla de humor, tragedia, ironía, pasión y desamor.
El gran peso que tienen las letras descansa en perfecta combinación con la música que las sustenta, a veces remando en la misma dirección (esa calma mañanera en el inicio de “Zubizarreta”), a veces dándose la espalda (como los sintetizadores a lo M83 de “En la tumba” que quitan hierro a un tema tan cabrón como la soledad). Aun así, no nos encontramos delante de canciones frágiles, de cantautor lánguido. Todo lo contrario. Murdoc construye temas a prueba de bombas: sólidos armónicamente, con arreglos brillantes, un sinfín de capas y, en casos muy inspirados, llamados a convertirse en himnos (oigan “Agujero negro” y juzguen ustedes). Por mi parte, no tengo ninguna duda de que nos encontramos delante de una de las sorpresas nacionales de este 2016.
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