Hay mucho de suspense y esencias orientales en la música del vibrafonista Mulatu Astatke. Al escucharle da la impresión de que el agente 007 y el Aladino de “Las mil y una noches” han encontrado el refugio perfecto en sus pentagramas. Así lo ejemplifica “The Way To Nice”, un número hipnótico y que surtiría gran efecto en las viejas cintas de Sean Connery. O los aires espectrales y misteriosos de “Radcliffe”, que hacen pensar en un inquietante Miles Davis. Los ecos del kraar (harpa etíope) conservan tintes de los sonidos de Sudán, pero la incursión de los vientos y el vibráfono sitúan sus coordenadas en las de una banda sonora con fondo de sabana. Así es el genuino Mulatu Astatke, curtido en los pasillos de la tradición etíope y en el jazz de las orquestas de swing americanas de los años cuarenta y cincuenta. Este es el reverso de la moneda de su anterior disco junto a The Heliocentrics. Aquí está el alma de sus primeras grabaciones en Londres en 1965, y Addis Abeba en los setenta. El legado de un genio a la altura de Bernard Herrmann o Duke Ellington. Agazapado en su lámpara mágica.
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