Hay ocasiones en la que resulta necesario dejarse de apariencias y arrasar con todo. Olvidar las vergüenzas, las falsedades y las opiniones de otros y confiar en la verdad. Eso es lo que ha hecho un Muerdo en calzones, despojado de toda fachada, con el lanzamiento de “Sinvergüenza”, su sexto álbum de estudio.
Tras publicar “La Sangre del Mundo” (Warner, 21), un disco lleno de sonidos chamánicos y electrónicos, Pascual Cantero vuelve a sus raíces. Y lo hace de la mano de Fernando Illán, ganador de dos Grammys Latinos, quien viste las once canciones del disco con un estilo mestizo inteligentemente tejido. Muerdo se vale de los sonidos del Caribe, de la música afrolatina, combinada con la sonoridad mediterránea del sur de España —que al murciano le es, evidentemente, natural— para ser fiel a su verdad a ritmo de rumba, de son cubano o de balada. Unas canciones que llegan a su clímax con “Sinvergüenza”, tema que da nombre al disco y que cuenta con la colaboración estelar del mítico artista cubano Elíades Ochoa.
En “Sinvergüenza” hay espacio para todo: el artista canta al vacío mundo de la imagen, al desamor, a los inicios de su carrera y a su frenética historia con Madrid. También dispara, certero, a la industria de la música, a la degradación de la canción de autor o al envejecimiento —siempre a mal— de la capital española. En un ejercicio de sinceridad, en “Mamita Linda” desata y desvela su infierno personal: la droga. Y ese es uno de los mayores cambios que nos vamos a encontrar en el nuevo trabajo de Muerdo. El cantante ya no escribe desde su abono crónico al buenrollismo, sino que observa la vida desde una posición mucho más madura: con sus matices, pintada en gris y no en blanco y negro. Clara muestra es “Todo está bien”, una tierna carta en forma de balada a sus cinco sobrinos y en la que les envía un mensaje muy claro: “Nada es tan importante”.
Así, con “Sinvergüenza”, Muerdo asienta su estela de cantautor y reafirma su madurez. En calzones y sin dobleces, el murciano estrena un álbum lleno de ritmo, pero también de verdad: la que siempre ha sido la base de su éxito.
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