Sin llegar a los niveles de brillantez de coetáneos como Dinosaur Jr, el cuarteto de Seattle -referencia de la vibrante escena de aquella ciudad en los primeros noventa- ha mantenido un nivel más que digno en su etapa más reciente. Jamás se han salido de los confines de su fibroso rock con espasmos garajeros, ni falta que hace: nadie lo habría entendido. Que otros prueben experimentos con gaseosa.
Así que la única baza de Mudhoney es la inspiración de sus canciones, que aquí mantienen ese nivel más que decente. Algún momento de flaqueza (“Flush The Fascists”) está inmediatamente compensado por explosiones eléctricas de ácido rock cavernícola que remite a pasadas glorias juveniles (“Human Stock Capital”). No es moco de pavo, teniendo en cuenta que estamos ante el duodécimo álbum de una carrera ininterrumpida.
Aunque las sorpresas no abundan (como mucho, el ritmo sincopado de “Cry Me An Atmospheric River” o las brumas psicodélicas de “Severed Dreams in The Sleeper Cell”) y el tono general es un pelín más reposado -los años no pasan en balde-, los de Seattle se niegan a jubilarse. En las letras, el sarcasmo familiar sobre las miserias del capitalismo y la sociedad (“Plasticity”) y unas gotas de amargura con las que lleva treinta y cuatro años desahogándose. La banda encadena aciertos en una parte final coronada por el estupendo single a medio tiempo y con guitarras crepusculares “Little Dogs”, donde Arms declara su amor incondicional por los perrillos, dejando impagables perlas de humor. Viendo el estado general de la Humanidad, no es de extrañar.
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