La diferencia entre un fan y por ejemplo un crítico –que a priori no lo es o al menos no debería serlo a la hora de emitir su juicio- es que el primero se entrega a los brazos del artista de antemano, mientras que el segundo espera la audición en profundidad para emitir su veredicto. Pues bien, digamos que Tom Petty y sus compinches son culpables. Culpables de alentar unas expectativas que luego a la hora de la verdad no se han visto compensadas por un álbum que de tan correcto resulta algo inocuo. Culpables de resucitar de las cenizas la banda con la que llegaron a mediados de los setenta a California, procedente de Florida, para acabar mutando en los Heartbreakers y entregar catorce nuevas canciones grabadas en diez días a todo trapo sin artificios de producción de ningún tipo, es decir, a pelo como en los viejos tiempos. Y por último culpables de exhumar el hippioso sonido country-rock de finales de los sesenta protagonizado por The Byrds (los de “Sweethart Of The Rodeo”, claro), Flying Burrito Brothers, Poco o The Band. Mucho saber hacer, mucho carisma y oficio, pero el álbum no llega a ser espatarrante del todo, aunque no dudo que sea un divertimento, un juguete para sus protagonistas. Y es que a tanto talento hay que pedirle más, de eso no cabe duda.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.