“Los grupos que hacen hip hop, que hacen rock, toda la música que conocemos... ¡es apropiación cultural! Deberíamos entonces tocar solo cuecas en Chile, ¿cachai? No tiene sentido. El término es totalmente obsoleto y odioso, como de alguien que tiene mucho tiempo libre”. Así de clara se expresó recientemente Mon Laferte en una entrevista y es que, aunque lleva más de diez años viviendo en México, podrían existir esas críticas a este nuevo disco que no es que tenga algún toque mexicano, sino que todo él es una celebración de la música tradicional mexicana, una colección de rancheras, mariachis o corridos en las que se ve a Laferte tan suelta que parece coetánea de Chavela, Rocío Dúrcal o Lola Beltrán. Sí, a “Seis” se le puede aplicar esa frase tan manida de “es música de la que ya no se hace”, pero por partida doble, porque se le añaden diversos matices y giros actuales (incluso un delicioso toque trip-hop en “Amado Mío”).
“Seis”, que realmente debería ser “Siete” (sería su séptimo álbum si contamos “La chica de rojo”, el editado en 2003 bajo el nombre de Monserrat Bustamente), es un disco excelente en el que está muy presente la temática amorosa, que va desde un lado más clásico como “Que se sepa nuestro amor” con Alejandro Fernández, la citada “Amado mío” o “No lo vi venir”, a un lugar de deconstrucción como “Se me va a quemar el corazón” (Mon habla aquí de un “carnicero emocional”, de “sexo ordinario” y de “desaprender el amor”). Pero también hay un espacio destacado para la reivindicación, desde “Calaveras” al bombazo con Gloria Trevi “La Mujer”, pasando por “Se va la vida”, junto a la banda de mujeres Viento Florido que, según contaba la chilena a este medio, no puede tocar música en su comunidad pues es algo reservado para los hombres.
Mención especial merece “Te vi”, de la que Laferte ya me adelantó cuando la entrevisté hace unos meses que era su favorita del nuevo trabajo. Se trata de una bellísima composición dedicada a su madre en la que quiere reflejar “esto que tenemos de que la madre es santa, perfecta, que sufre, que no se toca. Y mi madre, como muchas madres, tuvo muchas complicaciones al criarnos. Fue mamá, fue papá, fue todo, y fue humana, y cometió errores como todo el mundo. Aquí le hablo desde el amor, pero también hablo de una mujer en sí”.
“Quería música que me sonara a madera”, le dijo también a mi compañero Yeray S. Iborra hace poco, y la frase expresa muy bien lo que es este disco, además de ser otro ejemplo de la sensibilidad de Mon. En este disco, la chilena usa instrumentos de la música tradicional mexicana como el acordeón, el bajo sexto o la tuba, lanzándose de lleno a esta exploración, pero lo hace después de venir de la salsa de “Norma”, de un dueto con Gwen Stefani, de su amor por el heavy metal o de su acercamiento al reggaeton en su colaboración con Guaynaa: ese eclecticismo y amplitud de miras es otro de los factores que hacen de Mon Laferte una artista tan interesante, además de su impresionante talento para la composición y la interpretación. Y prolífica, además: dice que está ya preparando su siguiente disco, muy alejado de éste, y con un marcado componente electrónico. Deseando escucharlo.
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