Que Bob Dylan está en un estado de forma impresionante lo demuestran sus últimas y espaciadas entregas. Quizá por eso no sorprende que Columbia haya calificado este disco como el mejor del de Duluth desde “Blood On The Tracks” (1974). Esa afirmación se hace más osada teniendo presente la enorme calidad de “Time Out Of Mind” (1997) y “Love And Theft” (2001). Pero lo bueno de todo esto es que quizá sea cierto. Este disco es una maravilla de principio a fin.
Dylan se reinventa, igual que hace en sus conciertos, y sabe mantenerse, de esa manera, en la primerísima línea del rock americano. El disco se inicia con “Thunder On The Mountain”, un fantástico country-blues juguetón en el que Dylan siente como “mi alma empieza a expandirse”. Le sigue la épica “Spirit In The Water”, con casi ocho minutos a lo largo de los que se nos aparece vestido de Bing Crosby. En “Rollin´ And Tumblin´”, el bardo de Hibbing aparca su anterior disfraz y agarra el de Elvis en los cincuenta y el sonido clásico de la Sun. “When The Deal Goes Down” es dulce e intensa, mucho menos ligera que “Someday Baby”. Tras esto llegamos a “Workingman´s Blues # 2”, el primer single del disco, tributo escondido a Merle Haggard y excelente de principio a fin. “Beyond The Horizon” y “Nettie Moore” te trasladan a sus anteriores discos. “The Levee´s Gonna Break” incide en las diferencias económicas y raciales existentes con frases apocalípticas. Y, para cerrar, los nueve minutos de la espectacular “Ain´t Talkin’”, un blues semi-hablado que nos devuelve al mejor songwriter, al trovador enmascarado. Dylan lo ha vuelto a conseguir con este disco, su enésima obra maestra.
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