Cuando Hector Mann conoció a Doña Coño, allá por la mitad de “El libro de las Ilusiones” de Auster, vio en ella la posibilidad de purgar sus culpas participando en un show pornográfico para viejos verdes demasiado ricos. Creyó que podría “vivir del olor de su propia corrupción”, que podría, conforme a su deseo, morir más despacio. Sólo hace falta recordar el título del álbum de debut de los Hidden Cameras, “The Smell Of Our Own”, y la plantación de culos de su portada, para darse cuenta de que Joel Gibb estaría de acuerdo en lo primero, pero -y esto queda más bien patente en las canciones de “Mississauga Goddam”- discreparía violentamente de lo segundo.
Gibb no quiere morir más despacio, sino vivir más deprisa, vivir en mayúsculas, entre enemas, pollas y alcohol. Quiere que los viejos verdes se levanten de sus sillas vociferando “In The Union Of Wine” y participen en una orgía de lujuria eclesiástica; una orgía brutalmente joven, audaz, lúbrica y excitante. La gran, incontrolable, orgía de los Hidden Cameras, seguro que has oído hablar de ella. Iconoclasta y alegre. Perturbadora y feliz. Convulsa y desenfrenada. Y ¿qué diría Doña Coño de todo esto? Pues diría lo mismo que cuando Hector decidió vestir una máscara (como los Hidden Cameras, sí) para evitar interponerse entre ella y los hombres que imaginaban que la estaban jodiendo. Diría que nunca había conocido a nadie así. Nadie capaz de hacer que algo pareciese tan sucio y tan bonito a la vez.
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