El cuarteto dio tal bolazo en el pasado festival Canela Party de Málaga que a su lado Battles parecieron una desinflada banda de tres al cuarto. Los de San Francisco se aproximan a su treinta cumpleaños siendo una de las anomalías más pintorescas e inclasificables del mundo del rock: una producción inabarcable al ritmo de The Fall, y el compromiso de no dormirse en los laureles completan el cuadro.
Con estas credenciales, tampoco puede extrañar que éste sea su primer álbum grabado en un estudio propiamente dicho. Y cantado íntegramente en japonés por la vocalista Satomi Matsuzaki, a la que acompañan el prodigioso y energético batería Greg Saunier y los guitarristas John Dieterich y Ed Rodríguez. Ningún problema, sino todo lo contrario. La exótica sonoridad del japonés suma.
Deerhoof inciden, pues, en su voluntad mutante de cada nuevo trabajo, sólo que aquí el sonido agradece que se hayan metido en estudio. Además, en cortes como “My Lovely Cat!” o el que da título al disco encuentran un equilibrio muy atractivo entre accesibilidad melódica y sorpresivos golpes de experimentación, algo que no pocas bandas pierden de vista.
Están muy cómodos en esa tierra de nadie entre el indie pop desenfrenado, el rock setentero con querencias progresivas y el math-rock. Y la banda, sincronizada como un reloj, aprovecha su paso por el estudio para sacarle todo el jugo a su amable excentricidad en canciones que pasan de los espasmos frenéticos a la calma minimalista. Haciendo justicia a su explosivo directo.
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