¿No hay futuro? ¿No queda hielo? Son preguntas apocalípticas para la banda sonora de una fiesta sin fin. Preguntas que nos hemos hecho todos en algún momento de nuestra existencia y que viajan dentro de un carrusel de subidas celestiales y bajadas a los infiernos. Nuestra vida es un cúmulo de pequeñas historias que contar y Miqui Puig es un buen narrador de momentos incandescentes. Después de una larga ausencia de seis años sin publicar, regresa para hablar de estas y otras cuestiones en "Escuela de capataces", su sexto disco en solitario.
Este tiempo transcurrido ha dado como resultado un trabajo reposado, meditado, maduro, cocinado al punto y bien especiado. Las melodías pegadizas resplandecen y brillan. Optimista, a veces cínico, nos habla sobre relatos escritos desde varios puntos de vista de los personajes. Un álbum de sonidos clásicos y elegantes, realizados como un traje a medida por las manos de un sastre artesano.
En "Escuela de capataces" encontramos momentos rítmicos, como los latigazos Northern Soul de temas como "Ella me salvó (Beber sin Sed)" y "Cuidado con los perros", como artefactos pop que funcionan métricamente como los engranajes de un reloj Suizo, como en "Los Módena"; acercamientos a la pista de baile vía música disco en "Sofia Schimdt Perez del Oso"; el maltrato en las personas de "El chico que gritaba Acid"; la melancolía recitada de "La teoría del hombre invisible"; las atmósferas crepusculares de paisajes americanos de "Línea clara", "Nuevo Rock Americano" y "La hora del brindis" y esa autoreivindicación que es "Vos trobava a faltar", que habla de su ausencia de los escenarios. Y es cierto, algunos le echábamos a faltar… sobre todo si todavía es capaz de emocionarnos y removernos los sentimientos con su música.
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