Metz son una bomba reventando frente a ti. Sabes que no te va a dar, pero incluso así te queda un resquicio de duda. Su rabia se expande hasta el punto justo en el que empiezas a perder el control sobre ella y se pasea en esa línea sin que te dé tiempo a pensar en lo que está ocurriendo a tu alrededor. Estos canadienses son capaces de moldear el ruido y la urgencia para convertirlos en un engranaje perfecto y abrasador con una precisión digna de The Jesus Lizard. La diferencia está en esos momentos, en esos huecos, en los que puedes tomar aire, respirar por un momento y refugiarte de toda esa locura.
En “II” todo está compactado en un muro de sonido en el que no caben fisuras por las que corra el aire. En ocasiones parece haberlas, y eso ocurre sencillamente porque en el fondo los muy cabrones son buenos y consiguen oxigenar su rabia de vez en cuando con estribillos como los de “Wait In Line” o “I.O.U.” que podrían haber firmado Mudhoney o los Nirvana de “Bleach”. Pero solo lo parece: está claro que Metz no pretenden sonar en la radio ni buscar esa cosa llamada “la canción pop perfecta” con la que, a lo largo de la historia, se han intentado justificar mierdas infumables de todo tipo.
Tras casi diez años como banda saben perfectamente cómo manejar los ingredientes que tienen entre manos, y se nota que han mamado de la escuela del hardcore y el post-hardcore a la hora de hacer canciones que van al grano y a las que no les sobra nada. El único “pero” es, precisamente, el riesgo de caer en la repetición de sus propios tics, pero sería injusto acusarlos de eso en un segundo disco. “II” da exactamente lo que promete su título: más de lo que había en “Metz” (12), media hora a saco y sin coger aire. Ni más ni menos. La mejor arma antivecinos del año.
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