Hay algo canadiense en Metric. Una cualidad por concretar, una imagen sin atisbo de agresividad, la hipermasterización plastificada de indudable atractivo y difuso recorrido. Quien esté suscrito a las newsletters del grupo capitaneado por Emily Haines no puede sentir más que complicidad y bienestar cada vez que llegan noticias al buzón. I Love Metric, se dice, porque no puede ser de otra manera. Porque Metric cuenta lo que hace, hace lo que cuenta, suena a lo que quiere. Y cuenta contigo. Momentos olvidables, cada vez más, pero siempre avanzando, buscando la luz. De repente, el magnetismo, la épica más limpia, y vuelta a la vida tal como la habíamos dejado. O quizá un poco mejor. Seguramente mejor, porque Metric no te roba, son muchos años compartiendo. Con derivas cuestionables, sí, porque en la última época la banda de Toronto ha pasado de facturar un meritorio indie-rock alado de factura dosmiles (¿quién dijo que las décadas recientes se sucedían sin solución de continuidad?) a aproximarse a un indeterminado dance rock de pabellón de deportes un tanto extraño y, lamentablemente, olvidable la mayor parte del tiempo.
Si en "Synthetica", su anterior intento por romper hacia las masas, aún sorprendían rompiendo el retractilado con rabia a base de bombas como "Speed the Collapse", aquí puede decirse que no están dando con la tecla. "Pagans in Vegas" hace bueno a su predecesor, es así. Sigue habiendo algo, son destellos, como una promesa que se desflora ante tus ojos, como si de repente tu sangre fuese la sangre de Ícaro (en sus mejores momentos, esa vitamina te la da Metric), pero todo cae con cuentagotas, no cala, y no sorprende. Los mejores momentos del disco pueden estar cerca de la inocencia emocionante y aséptica de Stars ("The Shade") o jugar a la electrónica pop instrumental ("The Face Part I") mientras se sintetiza la fórmula y aparece algo de brillo endógeno ("Fortunes"). Pero, dicho a la tremenda, no hay canciones. La siempre atractiva voz de Haines, versátil, melancólica y torrencial, con un pie en cada mundo, tiene que llegar al rescate ahora cuando antes reinaba como la bandera que se clava en la cima de la montaña. "To believe in the power of songs" no es mala declaración de principios. Lo canta Haines, creer en el poder de las canciones. El sonido da igual porque va después, y después de la nada no hay nada, así que no me hables de estilos, de los ritmos con la 808, los pianos, los filtros y compresores, no me hables de producción cuando no hay canciones. Haines canta y todo está bien, pero hay un fallo de escritura, un desgaste, cierta megalomanía infiltrada, un traspiés. Esto es tan cierto o tan arbitrario como decir que el mundo tiene memoria y es agradecido, por más que quieran convencernos de lo contrario. Y querer a Metric es una manera de celebrar la melancolía luminosa de los integrados, un secreto compartido, un resistirse a dejar de creer. Es celebrar algo bonito que tenemos a medias, algo a prueba de discos malos.
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