No debería extrañar a nadie que una banda cuyo nombre significa originalmente “loco” se inspire en el Francisco de Goya más tenebroso. A quien todo esto le pille de nuevas, “The Violent Sleep Of Reason”, título del nuevo álbum de los suecos Meshuggah, se inspira en uno de los más famosos grabados del artista zaragozano, “El sueño de la razón produce monstruos”. Lo cierto es que cuando ponemos en común los contextos de ambas partes, llegamos a la conclusión temprana de que los tiempos no han cambiado tanto: la inconsciencia imperante en ambos mundos es probablemente su mayor problema. La epidemia de la irreflexión sigue siendo la más grave enfermedad que sufre nuestra sociedad y Jens Kidman sabe cómo reflejar esa frustración en cada uno de sus alaridos repletos de complejas metáforas y lenguaje filosófico.
No obstante, dudo que el interés de los chicos de Umeå en la estética goyesca vaya mucho más allá de los símiles que pueda guardar con la más estricta contemporaneidad. No hay nada que sea particularmente decimonónico en el último álbum de Meshuggah, que a grandes rasgos podríamos decir que es más Meshuggah que nunca. El legado de “Koloss” (2012, Nuclear Blast Records) persiste cuatro años después, aunque resulta cuanto menos explícita la intención aperturista de la banda más allá de riffs obcecados en un binarismo casi informático. Gracias a la brillante producción de sus cortes, más dinámicos y vibrantes que nunca, se permite hacer lucir más a las guitarras solistas, que en esta ocasión pasan a un primer plano en detrimento de su siempre arrolladora rítmica. Temas como el single “Clockworks”, “MonstroCity” o “Stifled” muestran una compleja y premeditada maraña de disonancias que inunda cada segundo del álbum hasta la asfixia.
Sin duda alguna, se trata de una evolución significativa en la concepción global del sonido de la banda, si bien podemos decir que en general seguimos delante de exactamente la misma clase de álbum en el que se siguen probando distintas posibilidades dentro del apasionante mundo de la polirritmia. Por lo demás, lo de siempre: guitarras híper graves aderezadas con baterías esquizofrénicas que destruyen tímpanos. Una suerte de sordera al más puro estilo aragonés.
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