Desde “Untourable Album” (21), Emma Proulx y compañía parecen dispuestos a querer establecer con el oyente un diálogo emocional que trasciende lo puramente sonoro. Una ensoñación guiada por su renovada inclinación acústica con destino a las catacumbas de nuestra memoria y al altillo de las instantáneas polvorientas y ajadas. Cuatro años después, y bajo la promesa de ser este el primero de dos discos nuevos que llegarán en 2025, Men I Trust repiten la hazaña con un larga duración que nos hace sentir exactamente como su voyerística portada pretende: en el interior de una evanescente viñeta, tan trivial como preciada.
“Equus Asinus” (25) no es un disco conceptual, a pesar del irresistible match que se produce entre el costumbrismo introspectivo de sus imágenes y la delicada intimidad que Proulx exulta con su voz (angelicalmente divina, noventeramente etérea). Y sin embargo, así lo sentiremos tan pronto como la vetusta paleta de colores pastel del trío canadiense nos abrace con su cotidianeidad decadente y su romanticismo de estar por casa (“I Come With Mud”).
En sus sucesivos catorce actos no observamos excesivas salidas del tiesto, sino más bien una consabida deriva hacia la contemplación que ya intuíamos desde el pretérito lanzamiento de refinadas piezas como “Hard to Let Go” o “Girl” (esta última, revisitada ahora al más puro estilo Gainsbourg e incluida en el repertorio del presente LP). Su convenida bajada de frecuencias se desentiende así del prometedor groove de éxitos de nueva época como “Billie Toppy” o “Ring of Past”, lo que no significa ni mucho menos que se prescinda de los punteos a las seis cuerdas de Jessy Caron (“Bethlehem”) o de las líneas de teclado de Dragos Chiriac (“The Landkeeper”), conjugadas en esta ocasión para desarmar nuestras defensas, aletargar los tempos y sumirnos en el éter de la nostalgia.
Un vicio, el de mirar atrás, en el que la banda redunda a partir de esa lírica suya confinada en ámbar ("Did I miss the last train home?", canta Proulx en "All My Candles"), de su psicodelia barroca sacada de un folletín de destape y morreo añejo (“Paul’s Theme”) y de ese existencialismo arrollador capaz de despedazar al más pintado (“I Don’t Like Music”). La sutileza folk de sus formas gana la batalla sobre cualquier efectismo grandilocuente, reducido aquí a cenizas en favor de una fórmula rica en atmósferas sencillas y voces abatidas.
Enemigo de la prisa, y a la espera de la publicación de su emparentado segundo volumen, “Equus Asinus” es una mesmerizante invitación a desnudar con paciencia las distintas acepciones del vocablo “melancolía”. Un primer peldaño hacia la madurez que, sin exigirnos atención inmediata, no nos quedará más remedio que dársela.
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