Memorias de un espantapájaros

El rock de ascendencia clásica, esa misma que lo emparienta carnalmente con el blues, el soul y el folk, no lo ha tenido fácil en nuestro país. Aunque también es posible que, como opinan muchos, nunca haya tenido representantes dignos más allá de Radio Futura, Los Rodríguez y por supuesto M-Clan.

El rock de ascendencia clásica, esa misma que lo emparienta carnalmente con el blues, el soul y el folk, no lo ha tenido fácil en nuestro país. Aunque también es posible que, como opinan muchos, nunca haya tenido representantes dignos más allá de Radio Futura, Los Rodríguez y por supuesto M-Clan. Aunque soy de los que opino de que a estos últimos les faltaba el disco definitivo, esa obra que se sabe cumbre y que muestra el momento creativo más dulce de un grupo, aunque paradójicamente sea fruto de cierta desesperanza, rabia, dolor, soledad o simplemente resultado de esas mil heridas que vas acumulando en tu piel tras años de patearte un sinfín de escenarios. Y es ahí dónde reside la clave de este “Memorias de un espantapájaros”: en lo brutalmente real y honesto que resulta; en la total ausencia de artificio lírico y musical, con un sonido claro, meridiano, cristalino y bello, donde los arreglos están ahí, en su justa medida, para enriquecerlo todo y, sobre todo, donde las baladas y medios tiempos -con la dificultad y riesgo que siempre entrañan para no caer en el esteriotipo o el cliché más puro- son capaces de provocar, como nunca antes, un torrente de emociones capaces de erizar la piel al más duro de los rockeros. Nunca Carlos Tarque había cantado tan bello, porque quizás nunca antes había sentido lo que cantaba como algo tan propio como estas, sus memorias, que ahora comparte en un desnudo emocional que le honra. Pero, ¿Qué es el arte sin sinceridad, belleza y una total ausencia de pudor emocional?