Los noruegos se hallaban ante un difícil reto: igualar el elevado listón dibujado por su fresco y sorprendente debut de 2010. Pues bien: podemos afirmar que Kvelertak mantienen el tipo con nota. Un logro que, vencido el factor sorpresa, posee doble mérito. La formación retiene la pegada de su primer puñetazo cebando su bastardo híbrido de hard rock, black metal –inevitablemente fluye en su sangre- y actitud punk. Una mezcla que, moldeada por el sexteto, luce como una fibrosa y amenazante bestia de proporciones áureas. No se olvidan tampoco del factor lúdico, alternando punch y adrenalina con melodías pegadizas y coros entre taberneros y colindantes al hardcore –el de “Bruane Brenn” resulta el más simple aunque sorprendentemente efectivo-. Imaginen un cruce entre Turbonegro, Iron Maiden y Kiss (las armonías clásicas salpican todo el disco; para buena muestra, las guitarras centrales de “Undertro”); las voces rasgadas, las distorsiones, algunos breves pero apabullantes blastbeats y la aureola intangible del black; y el bullicio festivo de Andrew W.K. si hubiera crecido en Oslo en la época de la quema de iglesias. Dudas despejadas: parece que tenemos Kvelertak para rato. Larga vida.
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