MDNA

Tras el retorno al r&b de los ochenta que supuso el resultón “Hard Candy” (“4 minutes” resucitó por un momento al mejor Timbaland) Madonna está de vuelta para reclamar, por enésima vez, la corona como reina del pop. Esa corona que algunas pretenden usurpar cuando la Ciccone desparece del mapa una temporada. Cuatro años de silencio puede ser una ventaja letal para una Lady Gaga hiperactiva, y las flojas cifras de ventas de este “MDNA” puede ser el primer síntoma de la caída de un icono hasta ahora intocable. Dicho esto, el nuevo disco de la cantante norteamericana (el primero para Live Nation/Interscope tras abandonar Warner) apuesta claramente por el pop electrónico más poligonero. Una apuesta que ya se intuía en anteriores trabajos pero que ahora se muestra sin tapujos. Y es que si en “Music” Mirwais conseguía aunar lo arrabalero con lo cool, y en “Confessions on a Dance Floor” Stuart Price lograba recuperar la música disco de los setenta con indudable buen gusto y espíritu rompepistas, en “MDNA” la cosa apunta a la entrepierna, al frotamiento de cuerpos y al clubbing sudoroso. De hecho las primeras diez canciones del disco funcionan casi como una sesión de DJ, e incluyen indudables pepinazos como “Gang Bang”, “Turn Up The Radio”, “I’m A Sinner” y “Some Girls” con el sello de William Orbit, Martin Solveig y compañía. Sobre las colaboraciones de MIA y Nicki Minaj, decir que la cosa no pasa de la simple anécdota. Solo comentar la habilidad que tiene Madonna a lo “Lestat, el vampiro”, de echar mano de nueva sangre para no perder la comba de la actualidad. La reina del pop sigue viva y coleando, pero los discos que edita son cada vez más una simple excusa para salir de gira que un desafío artístico. Algo normal en una figura que, dado su carácter de estrella absoluta, está por encima del bien y del mal. Cuando un día necesite reinventarse de verdad para no perder el estatus, veremos lo que pasa. Mientras tanto, nos conformamos con lo que hay.