Si pides a Amaya López-Carromero que defina su música va a decir esto: “música con regusto a anticuario abandonado y mohoso”. Pero si vamos hasta algo más técnico o especifico, a Maud The Moth se la asocia con una escena oscura (o gótica) donde tiene cabida tanto la música clásica, como la vanguardia o el uso acentuado de pianos, de cuerdas, que tan buenos resultados han conseguido en infinidad de obras del género. Desde que emigró de Madrid a Edimburgo su universo se ha ampliado, ya sea por los castillos, las fortalezas y, gracias a la identidad de una ciudad que mantiene el encanto histórico de antaño, mientras que aquí es algo que no solemos proteger como deberíamos.
Inevitablemente, el clima y el paisaje modelan todavía más a una artista que, ya desde sus primeros pasos, ha demostrado una ambición, un riego y una complejidad (en un sentido de plenitud artística) que no todo el mundo acierta a comprender. Puede que precisamente por ello tenga claro que “Orphne” no va a cambiar ese rumbo, ni distanciarse de su filosofía original. Más bien al contrario. Maud The Moth añade mucho más argumentos a favor de su causa, esta vez inspirándose en la ninfa mitológica que define la oscuridad. La artista utiliza su figura para hacer girar a través suyo tanto el concepto como el contenido del disco. A eso debemos sumarle que, quizás atraída por el metal de corte underground o por ese referente atemporal que continúa siendo Diamanda Galas, Amaya suba la apuesta todavía más en cuanto a la intensidad que fluye en cada una de las ocho canciones que componen este “Orphne”.
Podríamos hablar largo y tendido sobre cada una de las piezas que le dan forma al disco, pero me contentaré con pedir que atiendan a la de apertura. Esa “Ecdisys” de ocho minutos y medio que le voltean a uno la cabeza de tal manera que no queda excusa alguna para no sumergirse a fondo en un disco tan bello como perturbador.
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