Canciones de una emotividad directa y sin amaneramientos, sensibles y sin pretensiones, como las que ya facturasen en "Superwolf" (Drag City, 2015), su precuela, pero algo más abiertas en su tratamiento sonoro. Así suenan los cortes de esta prolongación de la alianza que Bonnie Prince Billy – a los textos – y el ex Chavez y ex Zwan Matt Sweeney – a las melodías y guitarras – entablaron hace cinco años, y que ahora (y ahí puede que se note la experiencia reciente de Sweeney produciendo lo último de Songhoy Blues) se escora, solo de forma puntual, al blues tuareg del norte de África en “Hall of Death”, en la que cuentan con las guitarras de Ahmoudou Madassane y Mdou Moctar, el bajo de Mike Coltun y la batería de Souleyman Ibrahim.
El resto del álbum – envuelto, por cierto, en feísta y noventero artwork a cargo de Harmony Korine – resulta más familiar, y se sostiene sobre el espinazo que, ya sea en acústico o en eléctrico, provee el guitarrista de Nueva Jersey para que el ex Palace se explaye, alguna vez con su punto art rock (los punteos a lo Television de “Shorty’s Ark”) y en la mayoría de casos sobre plantillas de sosegado folk rock que siempre suman como apéndice a su propia discografía, sin intención de subvertir ninguno de sus códigos. Las canciones de Bonnie Prince Billy siempre acaban transmitiendo una veracidad, una hondura espiritual apenas buscada, que va más allá de quien sea su lugarteniente, por mucho que esto se anuncie de nuevo como un tándem fifty/fifty, de esfuerzo plenamente compartido. Y en esta ocasión no cabe hablar de una entrega que solo vaya a interesar a completistas o fans fatales, porque el saldo de cortes notables es prolijo, con “Make Worry For Me”, “God is Waiting”, “My Popsicle”, “My Body is My Own” o “You Can Regret What You Have Done” a la cabeza.
El de Louisville es valor seguro, y no necesita ni despeinarse para recordárnoslo. Siempre da con la tecla.
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