Ganas le tenía yo al segundo disco de Marta Delmont. Comprobar si era capaz de mantener las constantes vitales de su primer y espléndido disco no era tarea fácil. "Silver Blaze" era un discazo de country-folk a la altura de muy pocos y pocas, y ella parecía abocada a tener que sucumbir a la maldición del segundo disco. Esa que ya no sabemos muy bien si existe o no, pero de la que, sin duda, se sigue hablando. Pero ni por asomo, oigan. Ya me perdonará la de Alella, siempre humilde, pero me voy a atrever a compararla sin rubor con Lucinda Williams. Ahí queda eso. Pónganse como quieran, pero si oyendo “Another Load” no les viene a la cabeza la de Louisiana háganselo mirar. Marta Delmont lo tiene. Ya saben, eso que no sabemos lo que es, pero que o está a o no. En ella se observa el fraseo y el savoir faire de las grandes. La calidez necesaria para su música, pero también el aplomo imprescindible para sobrevivir en una industria tan corrosiva y devoradora como la musical.
Exquisito en lo instrumental, el álbum es, de nuevo magnífico. Vaporoso. Sensual. Terso. Pero también rotundo desde su fragilidad. Cargado de canciones turgentes, y a la vez sorprendentemente maduras, ya las analicemos desde el propio timbre de voz de la cantante o lo hagamos desde las letras. Marta Delmont ha parido un trabajo con el que se gana que dejemos de utilizar la permanente y quizá ya cansina referencia de “su jefa” Joana Serrat cada vez que hablemos de ella y le demos el lugar que se merece en la música patria. Cerca de las grandes, por cierto.
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