Nekkuja


A pesar de su proximidad en el tiempo, son varios los detalles y pormenores que distancian este “Nekkuja” (23) de su antecesor “Pripyat”, publicado el pasado año por el sello berlinés PAN. Desde su mismo arranque, y como si de un particular equinoccio artístico se tratara, tenemos la certeza de estar deshojando un fruto en flor o de atestiguar una explosión de emociones luminosas que, en cierto modo, contraponen y niegan muchos de los sentimientos mostrados en el anterior y mencionado periplo de la catalana (que, en perspectiva y bajo un cotejo subsiguiente, ahora se nos antoja más oscuro y áspero).

Como consecuencia directa de su incontinencia artística, Marina Herlop tradujo en siete refulgentes canciones las diferentes dudas, interrogantes e inseguridades que rodearon y socavaron su estado de ánimo durante los días posteriores a la composición de su anterior LP. El resultado de este íntimo proceso de auto-análisis no es otro que un surtido de temas nuevos que ahora enarbolan con justicia la capacidad de esta multi-instrumentista para apreciar su propia valía y depurar el lado más amable de su registro (llegando, incluso, a firmar algunos de los cortes más accesibles que le recordamos en su trayectoria).

No nos engañemos, el de Herlop continúa siendo un universo intricado y complejo, enemigo de la prisa y de los que requieren ser escuchados de forma atenta. Sin embargo, vemos a la catalana jugando con dos barajas que propician un interesante choque de realidades (la presente y terrenal contra la onírica y la abstracta) dando como resultado pinceladas de pop asequible y melódico que el oyente agradece y celebra. Su singular aleación de vanguardia y tradición se revela con “Busa”, una cancela entreabierta que nos da la bienvenida entre revoltosos arreglos de electrónica y prístinos acordes de harpa al jardín privado de la artista, dibujado consecutivamente por versos de cuento y melodías ensoñadoras -alteradas únicamente por efectos estridentes y enigmáticas risas, subrayando así la idea de que la accesibilidad de sus nuevos capítulos no niega la experimentación más sorpresiva. Por su parte, “Cosset” tiene a bien cerciorarnos de varias sospechas; la primera es lo bien que marida la voz de Marina sobre cualquier base instrumental, por disruptiva y disonante que a priori pueda parecer; y la segunda es la cantidad de registros que ésta evidencia manejar, logrando con ello bajar a lo concreto una suerte de ritmos y cadencias que encandilan a la primera escucha.

Los símiles que remiten y soportan el florecimiento como concepto o eje central del disco nos ofrecen también la posibilidad de deleitarnos con pasajes calmos de sobrecogedora belleza, enteramente contemplativos y todavía más inmersivos si cabe que el resto, con una bajada total de los decibelios que roza la meditación y el trance (“Karada”), acompañada de samples de brisas, arroyos y pájaros que acentúan el idílico entorno que la artista busca presentar a través de su verbo irreconocible. La ya conocida “La Alhambra” supone un breve pero intenso volantazo en el tono del disco, ofreciéndonos con su progresiva épica y empoderamiento una rica conexión entre las seis cuerdas responsables de la conclusión del tema y los iniciales arreglos de piano que aceleran el pulso en “Reina Mora” (donde pasamos de presenciar la construcción de una catedral sónica a golpe de tecla a la conversión en ritmo de lamentos orgánicos y fragmentados).

Aun naciendo desde la auto-ayuda y la urgencia de superar un mal trago, “Nekkuja” no cae ni en la auto-referencia ni en el egocentrismo, y de la mano de su función original (la de recordarse así misma las razones que avalan una positividad olvidada) termina confirmando un muestrario de nuevas voces y virtudes que se suman al infinito listado de competencias que la catalana ya venía asumiendo y demostrando de forma única.