Estableciendo un juego de citas con un par de canciones suyas, puede decirse que si hace unos años Marina Gallardo se conformaba con escalar muros (“Climbing the Walls”, incluida en su segundo disco, "Some Monsters Die and Other Return", de 2010), ahora prefiere trepar hasta la cima del mundo (“Climbing the World”, título del tema que cierra este cuarto álbum). De nuevo con la ayuda a los controles de Raúl Pérez en La Mina (Sevilla), la portuense deja muy atrás ya cualquier guiño a la tradición folk para ahondar en un pop subyugante y de texturas evanescentes, que acaricia los sentidos en “Vanishing Fears”, “Moonphases” o “Flowers”.
Pese a ello, no vayan a pensar que se trata de un simple brindis al sol con coartada dreampop, sumido en la placidez y la autocomplacencia que destilan otras maniobras similares: las guitarras disonantes que cortan como el filo de una navaja la atmósfera etérea de “White Glare”, el rimto sincopado de “Beach Sand” o el bajo cavernoso que preludia los encantos de “Touch” (que tanto recuerda a los Cocteau Twins y otras formaciones de la 4AD de finales de los ochenta) son notas de disrupción que nos recuerdan que la gaditana sigue transitando por una vía ajena a lo convencional. Combinando dulzura e inquietud, luces y sombras, en una magnética ecuación.
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