Que Maria Rodés es uno de los talentos más infravalorados del pop estatal facturado en esta última década es tan cierto como que discos como “Sueño triangular” (12) o “Maria canta copla” (14) aún no han sido considerados como los clásicos contemporáneos que son.
Tras ocho álbumes abonando un camino de fascinante autonomía creativa, Rodés se estrena en solitario para Elefant Records –tras “Contigo”, su disco junto a La Estrella de David– con un trabajo que transpira arquitectura instrumental de (aparente) sencillez instrumental. Fina orfebrería acústica con la que parece haber condensado su modus operandi con precisión de francotiradora para cazar la melodía perfecta. Porque lo que transmiten estas trece canciones, cocinadas a fuego lento, es pura mesura crepuscular. La misma a través de la que llega a la épica contenida en el tramo final de “Te voy a querer igual”, pero también desde el ascetismo sobrecogedor con la que despliega versos en “La verdad”.
La cita que Rodés nos ha preparado con “Fuimos los dos” está repleta de un sinfín de detalles en la penumbra. Ornamentos enriquecedores, nunca gratuitos, que van del minimalismo a pecho descubierto al deje fronterizo, de la perspectiva barroca al coro fantasmagórico. Incluso, detalles artys como en ese pequeñp circo de saudade frugal orquestado en la deliciosa “Oasis”, o el eco espectral con el que arranca el crescendo dramático de “Ay soledad”.
Echemos donde echemos el anzuelo, el resultado siempre es el mismo: la confirmación de estar ante un generoso ajuar de emociones poetizadas desde el susurro mercurial de una Maria transcendente, imperial desde su trono tejido con melodías agridulces de terciopelo raso. Y es que pocas veces la tristeza fue tan curativa.
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