Adrià Puntí quería que “Maria” fuera un disco sin título. Adrià Puntí quería que, en la portada, no figurara su nombre. Adrià Puntí quería que el primerísimo primer plano de su madre, que con esmero garabateó su padre hace más de cincuenta años, fuera el único argumento –visual- de la obra.
Claras intenciones de un músico total con las ideas claras en un disco de catorce cortes que empieza hablando de hecatombes y que se cierra con “Joan”, una elegía instrumental, sin rodeos, que apela al guitarreo flamenco. En el intervalo, “Maria”, una obra tierna que reivindica el amor desinteresado y la fidelidad madrera, un disco de canciones rápidas, concisas, con solución de continuidad que demuestra que el de Salt sigue en sus trece y que es un músico desbordante en estado de gracia, una rara avis demasiado excelsa para un país tan enano. Buena prueba de ello son la épica vital del “Viatge d´un savi vilatrista cap enlloc”, el lirismo de “De muda en muda” y el psicoanalismo punk de “Senyor Doctor”, botones de muestra de este ramillete de agradecidas señas que encuentra su sentido en aquel otro, inextirpable cordón umbilical.
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