Igual es su voz hipnótica. Quizá su naturalidad. O su capacidad para hacer que la ironía suene bien. Uno no sabe qué es exactamente lo que engancha de Maren, pero “Qué Lástima” (Altafonte, 24) atrapa, y de eso no hay duda.
Es el segundo disco de la bilbaína, y esta vez va más allá del matiz cantautor que reinaba en “Margarita y Lavanda” (Hook, 21). Maren se ha sumergido en el pop para estirarlo y colorearlo a su gusto. Toques electrónicos de hyperpop (“Tú puedes ver”), ochenteros (“Desde el otro lado”) y rockeros producidos por Edu Martínez, quien ha trabajado con grupos como Sidonie, La Habitación Roja, Zahara… y que cuajan bien en el universo de su “dream pop”.
Pero no toda la magia está en el sonido y la voz: hay letras en “Qué Lástima” de esas que te tocan en la zona izquierda del pecho y no salen de ahí. “Plastificar” es el broche de sensibilidad del disco que, sin caer en tópicos azucarados, transforma cada gesto en algo eterno. Es en ese tema donde toda la calidad de Maren, donde ese tacto y talento construido durante sus veintidós años relucen.
Hay letras delicadas, sí, pero “Qué Lástima” también es la Maren sarcástica y turbulenta de “Acostumbrarme” o “Corre, que el rayo no te parta”, con los que reivindica desde el desenfado. Eso sí, para encontrar la perla escondida del álbum hay que llegar a los últimos surcos de la Cara B. “Ressort” guarda y da amparo a todas las rarezas de la artista (y de quien quiera unirse a esta pensión llena de helados y aire fresco). Breve, pero encantadora.
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