Para Marcus King, la música ha sido desde siempre tan importante o más que el aire que respira. Proviene de una saga musical de Carolina del Sur, encabezada por su abuelo (de él heredó su ES-345 del 62), guitarrista de country y miembro de la banda de Charley Pride, y su padre, un bluesman local muy apreciado. King comenzó a tocar la guitarra a los tres años y pronto, esas seis cuerdas se convirtieron en un instrumento sanador y necesario para paliar infinidad de dolencias psíquicas que le han perseguido desde entonces: ansiedad obsesivo-compulsiva, depresión y trastorno bipolar. A los 15 años fundó la Marcus King Band y ha grabado tres discos bajo ese nombre (el primero lanzado por Warren Haynes).
Si ya caímos a sus pies en “Carolina Confessions” (17), su tercer y último trabajo como Marcus King Band, ahora sube la apuesta y rompe su propio techo en “El Dorado”. Con tan solo 24 veranos y una voz que parece esconder mil vidas, se presenta como una suerte de brisa sureña y gran valedor de la música de raíces americanas, dándole un madrugador y casi definitivo mordisco a este 2020, firmando uno de los mejores lanzamientos del género.
Doce temas co-escritos y producidos por Dan Auerbach, grabados en los Easy Studio de Nashville junto a la banda residente. El líder de los Black Keys vuelve a apostar a caballo ganador y deja su sello en un sonido que rezuma autenticidad y elegancia a borbotones, que cruje como la leña en el fuego y huele a tierra mojada. Nostalgia soul envolvente con regusto gospel a los coros, crudeza country y garra blues que suda hard rock por momentos, con un pedal steel que dibuja paisajes setenteros y se funde con teclados sintetizados, mientras King exprime su Gibson hasta desintegrarla, susurrando o aullando con la misma pasión y verdad a una luna que le pertenece más que nunca.
Del inicio a fuego lento en busca de sueños perdidos, con Neil Young escondido en la garganta, en “Young Man’s Dream”, al acelerar en un cadillac descapotable y saltar por un acantilado con “The Well”, una explosión continua en la que King nos demuestra su virtuosismo y desenfreno a la eléctrica.
Todas las piezas encajan a la perfección, no sobra ni un solo surco y el registro de Marcus King es tan amplio y auténtico que, con la misma facilidad, nos pasa por encima como un tren de mercancías en “Say you will”, cóctel de hard-rock, blues y azufre que podrían haber resuelto AC/DC y los más oscuros The Black Keys, o hace que nos sumemos a la conga que deja la estela de “Too much whiskey”, boogie y honky town festivo, con una buena dosis de New Orleans y Allman Brothers en vena. Y si en la belleza atemporal de “Sweet Mariona” mece cada estrella que pende del cielo californiano, entrelazando melodías sureñas que juguetean con un omnipresente steel guitar, en “Beautiful stranger” se erizan hasta las nubes, a base de sensualidad soul y una atmósfera gospel que se extiende poco a poco. Pero si se trata de arañar almas y acelerar corazones, nos quedamos con la dulzura salvaje y desgarradora de una “Wildflowers & wine” en la que Marcus King nos deja tocados y hundidos, con Otis Reading, Ray Charles, Etta James y toda la plana mayor soulera asintiendo desde el olimpo con la cabeza y una sonrisa de oreja a oreja, sin olvidar a su admirado BB King… Hacía tiempo que una Gibson no se acercaba a la finura y sensibilidad extrema que desprendía la Lucille de BB en sus manos. Aprobación de King a King y, guardando las distancias, le deseamos un largo reinado al joven rey.
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