Es difícil negar que cualquier entrega de Manic Street Preachers tira a predecible desde hace ya tiempo, pero eso no exime a los galeses de continuar firmando buenos discos con regularidad, capaces de mantener el gancho para sus seguidores de toda la vida. La banda dio un (forzoso) giro estilístico con la desaparición (aún no resuelta) del entonces guitarrista y letrista Richey Edwards. Un suceso tras el cual la banda se rehízo a sí misma y, afrontando una vertiente sensiblemente más melódica y menos agresiva que la manejada hasta entonces, cosechó gran éxito con trabajos redondos como “Everything Must Go” (Epic, 96) y “This Is My Truth Tell Me Yours” (Virgin, 98).
Desde entonces el trío se ha mantenido en coordenadas similares refrendado ese estilo a cada nuevo paso, y el decimotercer álbum de estudio del grupo no supone una excepción, albergando nulas sorpresas con respecto a lo esperado. “Resistance Is Futile” (Columbia, 18) mantiene el espíritu reivindicativo del combo, y lo empaca en canciones de pop consistente pero adornado a través de una medida producción. Un álbum donde la melodía resalta orgullosa sobre otros elementos, y que por momentos rememora los buenos tiempos de los 90 con los mencionados discos como referencia. La primera mitad del elepé fluye con solvencia, gracias a un conjunto de temas que se antoja intachable. Una serie iniciada con la atractiva “People Give In”, y continuada con el irresistible sencillo “International Blue” y el bonito medio tiempo “Distant Colours”. El tramo también incluye el single “Liverpool Revisited”, la pegadiza “Vivian” o ese dueto con fémina que tanto le gusta ejercer a James Dean Bradfield, en esta caso en “Dylan & Caitlin” junto a Catherine Anne Davies - aka The Anchoress-.
A partir de ahí la obra se torna algo irregular, alternando canciones meramente cumplidoras del tipo de “Sequels Of Forgotten Wars”, “Hold Me Like A Heaven” o “Broken Algorithms” con alguna destacada como “In Eternity” y, sobre todo, “A Song For The Sadness”. “Resistance Is Futile” (Columbia, 18) es, en definitiva, otro buen disco del combo, que no impresiona ni asombra pero mantiene nervio y personalidad durante sus casi cincuenta minutos. Una referencia fiel a ese camino alternativo que los autores se vieron obligados a encontrar hace ya más de dos décadas. Y el efecto resulta degustado con placer, disfrutando precisamente del reencuentro con viejos conocidos.
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