En parte, la magia de escuchar un disco es la de conectar con quien está ahí, componiendo, cantando o tocando un instrumento. Y con Magalí Sare tienes a alguien que conversa contigo en confianza a través de sus canciones. Lo que ella consigue es sencillo en apariencia, pero en realidad no lo es: Ligar dieciséis cortes con concepto tan personal con las mujeres de su entorno como inspiración. El resultado es un disco increíblemente rico, variado y agradecido.
Magalí Sare no es una recién llegada. Lleva ya unos años labrando su propio camino, dirigiendo su trayectoria y definiendo su filosofía. Huye de formalismos y es capaz de atrapar en un mismo proyecto el espíritu de la música clásica, el folk y la electrónica al tiempo que gana premios en el siempre exigente terreno del jazz. Es incluso la cara visible de campañas de publicidad mediáticas, pero aun así no se aparta de las que son sus creencias. De hecho, si hay una canción que la define en “Esponja” es “No sé cantar”, un alegato sincero, controvertido y hasta terapéutico, sobre qué significa dedicarse al arte y lo efímera que es la vida.
La entrada al universo de ”Esponja” es a través de “Hola”, una introducción que va a acercarnos hasta un “Mañana” arrabalero, un bolero moderno e inclasificable. En la festiva “Sempre vens assim” colabora con un invitado de lujo, un Salvador Sobral con el que ha compartido escenario varias veces. Las Migas le dan su toque a “ETC.”, abriendo de par en par las ventanas del flamenco a Magalí. En “Malifetes” pide disculpas a quienes haya podido hacer daño e “Inframon” es una pieza que crece a cada segundo, un grito desesperado al infinito. “Dew” es un susurro y una oda a aquellos casetes olvidados de la infancia. “Mater” es una invitación a confesarse, a contar lo bueno y, claro está, lo malo. Afortunadamente, y quizás gracias a la escucha de un disco con el talante de “Esponja”, quedemos libres de cumplir cualquier penitencia.
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