Lykke Li quiere que, al escuchar su nuevo disco, sientas la misma sensación de intimidad que experimentas cuando escuchas una nota de voz puesto de LSD. Esas han sido sus palabras literales a la hora de explicar el concepto de “EYEYE”, su quinto trabajo de estudio en el que vuelve a colaborar con Björn Yttling, cómplice de su tercer disco, “I Never Learn” (14). Esta vez, ambos unen fuerzas para volver a traernos la calma y el poso de aquel maravilloso trabajo, pero mezcladas con un poco de esa psicodelia Lynchiana que tanto le gusta a la compositora sueca.
Todo lo que envuelve a este quinto disco hace referencia a la figura del círculo o de la espiral infinita. Su título, “EYEYE”, es un palíndromo; las canciones empiezan donde termina la anterior, y los siete vídeos que acompañan los temas son loops visuales que no paran de crear acción y movimiento hasta que los treinta y tres minutos que dura el disco llegan a su fin. Además, las historias que cuentan las canciones también giran en torno a bucles mentales viciosos en los que temáticas como el amor, la adicción, el apego y la obsesión se repiten constantemente. Una experiencia sonora y visual que mucho tiene que ver con la imagen de un carrusel que no hace más que girar sobre el mismo eje una y otra vez.
Sobre el proceso de grabación y producción de “EYEYE”, Lykke Li cuenta que todo ha sido muy orgánico y artesanal. Las voces se grabaron prácticamente a la vez que la composición con un micrófono de batería en mano de setenta dólares, potenciando la frescura y espontaneidad de las primeras veces y provocando que la voz de Lykke Li parezca estar susurrándote al oído. En cuanto a la producción, poco o nada tiene que ver este sonido con el de su predecesor “so sad so sexy” (18), mucho más experimental, electrónico y con bases incluso de trap. En “EYEYE” nos encontramos ante un trabajo vozcentrista en el que Lykke Li saca partido de lo que mejor se le da hacer: crear melodías hipnóticas y angelicales que funcionan casi como nanas (“CAROUSEL”, “NO HOTEL”). Dicho de otra forma: Cuando tu música casi adormece a la gente, pero para bien.
Escuchar un nuevo disco de Lykke Li es una muy buena noticia. Es sinónimo de remanso de paz, de descanso. Resulta difícil no desconectar de la realidad a lo largo de los siete minutos que dura la última pista, “ü&i”. Pero no de una forma negativa por aburrimiento, sino como síntoma de un estado de relajación que, cuanto menos, se agradece en mitad de esta vorágine de malas noticias y mucho ruido. Qué pena que el sueño plácido dure tan poco.
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