La historia de la música popular nos ha dejado para el recuerdo unos cuantos discos que sirven para exorcizar demonios internos, fantasmas externos en forma de recuerdos o ectoplasmas de diverso pelaje. Este álbum de Lucinda Williams es uno de ellos, y recoge un imaginario de recuerdos de su autora, tejidos alrededor de la carretera interestatal número 20 que va de Georgia a Texas.
Un viaje por la america profunda sustentado en baladas crepusculares que emanan en su mayoría una profunda melancolía y ciertas dosis de tristeza. Todo ello hilvanado con una instrumentación tan elegante como mínima, de la que son magistralmente responsables las guitarras de dos veteranos tan curtidos como Bill Frisell y Greg Leisz que acaban por convertirse en los verdaderos protagonistas del disco, al saber apuntalar en su justa medidas las historias de carretera que la rota voz de Lucinda Williams nos narra.
Un álbum doble de devenir lento que se va colando poco a poco en tu reproductor para dejarte una sensación de comatoso ensoñamiento, ideal para esas frías tardes de invierno en las que no te importa regodearte con esa aflicción interna que acaba por envolverlo absolutamente todo.
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