Yelem

Difícil decir en la música quién decide qué es bueno y qué no. Innegable es que se ha tardado mucho en situar donde merecían a Ketama, al apellido Carmona. Su pop fue una revolución del género: aplanó el terreno al flamenco balada de Alejandro Sanz, al de tintes latinos de David Bisbal o al chill de Chambao.

Ketama no se lanzaron a la piscina de palillo, lo hicieron de bomba. Impactando como animales, salpicando hasta orillas prohibidas: sin sus conquistas hacia lo universal, seríamos menos permisivos con la actual actitud bastarda del flamenco, arcilla a día de hoy. Claro y meridiano: Niño de Elche, Rosalía o C. Tangana. El madrileño fue precisamente el último en refrendar la importancia de los Carmona en su icónico Tiny Desk. Pero no ha sido el último. Ni el que más futuro alberga.

El debut de Lucía Fernanda, hija de Antonio Carmona y Mariola Orellana, nieta por tanto de Pepe Habichuela, devuelve al flamenco sus rasgos más trascendentes. La reivindicación de la identidad gitana (guiño en el título al himno “Gelem Gelem”), visión comunitaria (“Bailando con mi gente”) y respeto por las tradiciones: palmas y nudillos. Pero lo más importante, amplía el campo de producción no sólo a músicas ‘vecinas’, sobre todo caribeñas, sinó también a vanguardia de las últimas hornadas r’n’b. Voces en segundo plano en “Es así”, rumba u olor a gasolina en “La manta”. Además de bondades en los medios tiempos (“Por ti”).

El trabajo de una producción tan inusual ha resultado de un intercambio entre la propia Lucía Fernanda y Tony Grox. Especial mimo de la joven en la trastienda; por ello fue a Cambridge a aprender sonido. “No hay mujeres gitanas productoras y yo me fui para serlo”, dice ahora. Tan importante en “Yelem” es lo que suena como lo que se cuenta: feminismo gitano de principio a fin. Lucía Fernanda arrinconó el apellido para que se la escuchara sin lentes de aumento. Acertó.