Antiguamente se decía que una ardilla era capaz de atravesar la Península Ibérica saltando de árbol en árbol, un ejercicio que sin miedo a equivocarnos hoy en día podría ser realizado utilizando como paradas de paso las múltiples localidades en las que la banda Los Zigarros, durante estos últimos años, han exhibido su propuesta musical. Si para cualquier grupo su relación con los escenarios es primordial, todavía lo es más cuando, como es el caso, su lenguaje sonoro se trata de un rock and roll destilado sin edulcorantes. Pero incluso para determinar lo que significa esa comunión en vivo admite diversas interpretaciones; y si la explosión de sinergias creada entre la formación y su público quedó refrendada en “¿Qué demonios hago yo aquí?” (20), ahora, con su actual trabajo, “Directo desde Estudio Uno”, recogen la no menos esencial sensación de confraternización que se genera cuando los diversos miembros se reúnen en un espacio privado para delinear de manera orgánica un camino común. Un clima especial que este álbum es capaz de encapsular y que, como dice su título, convierte el acogedor y lujoso estudio de grabación madrileño en centro neurálgico de la pasión desatada por los valencianos.
Continuista en cuanto a localización y plantel respecto a su predecesor, “Acantilados” (23), lo que sitúa a Leiva desempeñando la labor de productor e instrumentista ocasional, su hilo compartido se extiende a la -sutil pero altamente perceptible- reinterpretación de algunos de los temas aparecidos en él. Con la incorporación de César Pop agitando su marmita de virtudes sonoras, lo más paradójico del encomiable resultado alcanzado es que, si bien los temas en ningún momento han sido agitados hasta cobrar una nueva identidad, los pequeños detalles aportados son capaces de dotarles de una mayor profundidad y reflejar una naturaleza mucho más emocional. El restringido repertorio, sólo siete temas, que configura este nuevo trabajo, al que también le acompaña un soporte audiovisual con el que dar fe de lo acontecido tras esas paredes, señala por lo tanto a una premisa que no es tanto servir como recopilación de su carrera, sino priorizar la traslación de ese momento especial que se percibe cuando se juntan las miradas de los intervinientes y, sin necesidad de palabras, asienten bajo una leve señal de conformidad que indica la exitosa travesía.
Los riffs inaugurales del disco, pertenecientes a “Casarme contigo”, nos saludan hablando el idioma de AC/DC o los primeros M Clan, electricidad puesta al servicio del acervo sureño al que la introducción de unos coros, recurrentes y absolutamente esenciales para el resultado final a lo largo de todo el trabajo, obsequian con un arrollador ímpetu. Voces colectivas con acento de gospel que todavía alcanzan mayor protagonismo en una “Cómo quisiera” que se impulsa entre el blues y el juguetón ambiente de vodevil, elemento dinamizador para el músculo de una banda que, arropada por esas mismas constantes, añadiendo un piano honky tonk que nos recuerda que la figura de Leon Russell no se encuentra especialmente lejos, mantienen su pizpireta condición en una “No sé lo que me pasa” que, dado su irónico verbo y estilo tiende lazos también con Luis Prado, resulta una invitación a bailar sobre la angustia existencial de este tiempo.
Hacer mención a Los Zigarros y a su idiosincrasia rítmica no nos permite eludir citar algunos ilustres nombres que de hecho van a ser invocados sin complejos desde estas canciones. Porque el boogie con evocación melódica de “No pain no gain” no puede ser entendido sin las enseñanzas previas de los Stones, como tampoco el agradecido desbarre desplegado por “Dentro de la ley” concebido sin abrir la puerta antes a furibundos intérpretes como Little Richard o Jerry Lee Lewis, lo que habla igualmente de la presencia de incendiarias teclas pulsadas. Más evidente resulta todavía el hecho de haber escogido como remitentes de la única versión a Los Rodríguez, haciendo de “Mi rock perdido” una ortodoxa y absolutamente intachable celebración de ese tono melancólico y tabernario que parece escrito desde la contemplación noctámbula de algún horizonte con vistas al mar Mediterráneo.
Resulta difícil de explicar cómo el hecho de trastocar mínimamente, casi de forma imperceptible, ciertas canciones puede generar un resultado tan abrumador. Aunque de sobra conocidas las virtudes en el noble arte de la agitación musical por parte de los hermanos Tormo, este disco, que podría pasar por un breve capricho, es sin embargo un delicioso, e intenso a la vez, acercamiento a ese excelente momento presente que les permite convertir, bajo la alianza de sus aptitudes, un estudio de grabación en un caldeado escenario. Desde que Elvis Presley con sus lascivos contoneos creaba lipotimias entre su audiencia, el rock and roll ha sido un vehículo idóneo para hacernos levantar del asiento y convertirnos en seres guiados por el ritmo. Los Zigarros con este trabajo no sólo demuestran otra vez ser legítimos herederos de dicha tradición, sino que siguen aprendiendo pequeños nuevos secretos con los que renovar nuestras ganas de ser imbuidos por su impetuosa naturaleza.
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