De vez en cuando, aunque sepa mal decirlo, uno tiene la impresión de que las aguas del indie estatal están calmadas y que no habrá demasiadas sorpresas en una larga temporada. Mal. Ese error se comete cuando te despistas por un momento del underground (entendiendo por underground mucho más que grupos que graban con cuatro perras, intencionadamente o no). Por suerte para todos, oyentes, artistas y críticos, suelen ser esas mismas aguas cristalinas y quietas las que acaban albergando tormentas. Tormentas de verano, de agosto, de septiembre, de un día cualquiera. Como las preciosas y sensibles canciones del donostiarra –afincado en Barcelona- Pablo Martínez Sanromá, un auténtico maestro del pop más íntimo. Con la ayuda del chelista Håvard Enstad, del batería de Café Teatro, de unas pocas trompetas y de un sample de Arvo Part, Martínez presenta en su segundo trabajo -tras el menos inspirado “Demonios del otro lado del océano”- doce canciones que le aupan desde casi la nada a la plana mayor del pop de calidad facturado en nuestro territorio. Y lo hace desde la trastienda de la industria, desde un sello pequeño, que se preocupa con esmero de sus referencias sin hacer bandera de su independencia.
Con la vista puesta en algún punto entre Family, Kings Of Convenience y Jose Gonzalez, es toda una delicia escuchar el chirriar de las cuerdas de su guitarra mientras canta cosas como “sabes que no hay nada mejor que el sol por la mañana, que risas por la mañana” o “el verano ha llegado y sabes que te sienta bien”. Sus canciones hablan de la joie de vivre, de ese amor que se siente en la piel y no se finge en las redes sociales, de situaciones cotidianas que huelen a melancolía, de la tristeza que sentimos al revivir cosas alegres que quedaron atrás y de la alegría de los buenos momentos que el tiempo no borra del recuerdo. “Los veranos y los días” no es perfecto, porque nada ni nadie lo es, pero sí es un disco sincero y muy bonito, una obra que convierte a Dotore en el secreto mejor guardado del pop lánguido estatal. Si lo dudan, escuchen ese inicio arrebatador, precioso hasta decir basta que conforman “Nadie llora en Nanjing”, “La conversación” y “La mañana”, y si les quedan fuerzas díganme que me equivoco.
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