Dos años han pasado desde que Clint publicaran su puesta de largo, “Alégrame el día”, y alguno más desde que aquel disco salió del estudio para entrar en la nevera. Desde entonces el cuarteto de Leganés ha cumplido tiempos y quemado etapas con la tenacidad y el aplomo de su principal inspirador, Harry Callahan: dejaron de lado la etiqueta “banda sonora imaginaria” para poner música a “Berlín, sinfonía de una ciudad”, de Walter Ruttmann, un proyecto que pudo haberse convertido en DVD y terminó sirviendo de esqueleto para buena parte de las nuevas composiciones. Después y durante un tiempo, “Los tipos duros también bailan” se desarrolló en la cabeza de sus inductores como una colección de canciones a las que debían poner voz una serie de invitados. No pudo ser. Sin embargo estas dos peculiaridades definen en buena medida el sonido de un disco más recio y complejo que el que fuera su debut, al que le une la apuesta por las líneas melódicas como eje de las canciones. Las guitarras toman protagonismo y los aires latinos (Nino Rota otra vez al frente, versión del tema central de “El Padrino” incluida) cohabitan sin dificultad con aromas lounge (“No es nada personal”), fronterizos (“Los tipos duros también bailan”), spaghetti-western (“Ocaso y funeral de Morris”) y la placidez de las hermosísimas “El hombre que apuntaba a todo” y “Se valora el silencio”.
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