Y de postre, Komtessa
DiscosLos Retumbes

Y de postre, Komtessa

8 / 10
Kepa Arbizu — 19-10-2023
Empresa — Family Spree Recordings
Género — Garage

La historia de la música popular está llena de fórmulas aparentemente sencillas de enunciar pero que precisamente contienen en esa engañosa facilidad a la hora de ser desarrollados su principal mérito. Aquello que todos parecen conocer, sin embargo termina por convertirse en lo que pocos tienen el pulso exacto para expresar con talento. Por eso la idiosincrasia que maneja el proyecto puesto en marcha por Ana y Andrés, tras su extinto periplo con Brand New Sinclairs, no contiene grandes secretos por descifrar ni un manejo virtuoso de los elementos, pero cuenta con el ingenio que proporciona asumir la practicidad y naturalidad como motores del impulso creativo.

La trayectoria de Los Retumbes se escribe desde sus primeros momentos, expresados en trabajos de corta duración, bajo el ánimo de recoger la herencia más primitiva y contundente del rock and roll para expresarla a través de los lenguajes que le proporciona sus vástagos más díscolos y deslenguados, ya sea el garage, el rhythm and blues o el punk. Todo ello armado sobre una estructura tan exigua como, en este caso, imponente. Percusión y guitarra; o lo que es lo mismo, el trepidante latido de los vetustos ritmos y la erupción eléctrica -en forma de tañer de las séis cuerdas o de una interpretación vocal virulenta- puestas al servicio de un discurso ácido, ingenioso y predispuesto a incomodar a las mentes pulcras. Ingredientes que en su nuevo trabajo “Y de postre, Komtessa” son realzados por un sonido tajante, conciso y explosivo. Y es que hay quienes con pocas palabras y sirviéndose de escasos dos minutos son capaces de hilvanar canciones perfectas en sus aspiraciones.

Quince composiciones, las que forman este trabajo, que se precipitan como una exhalación pero que son capaces de dejar a sus paso los restos de un tornado. Acostumbrados a manejarse también en piezas instrumentales, “Alerta roja” funciona como una advertencia que en realidad es una invitación a desoír a la razón y dejar libres los instintos que son despertados por vibrantes tambores y sofocantes riffs que llaman a la puerta de bandas como Thee Headcoats o Lyres . Un impulso garagero que extenderá sus ruidosas redes, igual tejidas por The Sonics que por The Black Lips, para atraer un reguero de piezas que mientras en “Los problemas” señalan al desorden y el caos como centro neurálgico del alma creativa o “Tacaño” funciona de corrosiva estampa costumbrista, en el “El pepinazo” orean algo el género enviándole tabla en mano a surcar mares. Retrotrayéndose todavía más en el santoral que rinde pleitesía a la ferocidad escénica, el rock and roll clásico, el que agitaron pioneros en poner en pie a las espectadores y hacerles bailar, es también invitado a esta fiesta. Y si las maracas y el ritmo de Bo Diddley deletrea “Maracanuda”, es el chillón y más desaforado Little Richard, que intercambia sus incendiarias teclas por arrebatadas guitarras, la inspiración para unos estribillos coreables, como resulta “más meneo y menos postureo”, por una audiencia que cada vez se presenta en mayor número alrededor del dúo.

Y si la tercera pata del sonido retumbe residía en el ánimo punk, como si de un paso fronterizo por el que tenían que pasar todos los temas se tataree, para este disco parece tomar voz de mando y se visibiliza con forma más identificativa entre sus cortes, tomando como estandartes a los más asilvestrados de la piel de toro. Así el cerebro que dirige “Señores mayores” recae sobre el barbarismo ilustrado de los primeros Siniestro Total, dispuesto a embestir contra el espíritu reaccionario de rancio abolengo, o unas Vulpes, expertas en prender la mecha, instigadoras de convertir “Culpable“ en una apisonadora que deja un campo yermo tras de sí, virtudes de las que no están exentas arrasadores momentos como la oda a la misantropía que es “Intransigente”.

A modo de ecuación aritmética sencilla, el ímpetu y la concisión de la que hace gala el trabajo queda expresada en sus quince piezas desarrolladas en escasa media hora. Las cuentas salen claras. Todo un festín de energía y ácido divertimento que por si supiera a poco desde el título nos insta a degustar “Y de postre, Komtessa”. Como buenos comensales sólo podemos agradecer la invitación y asegurar una reiterada visita a su mesa, que no estará hecha de los marfiles más exquisitos ni se encuentra suspendida sobre barrocas construcciones, pero resulta especialmente acogedora y perfecta para cualquier hogar que pretenda abrir sus puertas a la verdadera esencia del más furibundo rock and roll.

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