Calzarle una única y exclusiva etiqueta a la música de Los Manises es como intentar atrapar el aire con las manos o contener el avance del océano. No es una tarea fácil, pero tal y como versa el propio título de su debut en formato de larga duración, cualquier marca en la que queramos encasillarles estará bien traída, porque “Todas son correctas”. Y es que a esta dupla ilicitana, compuesta por Víctor Clemente y Rubén Soler, le cabe genuinamente de todo. Son punk, son electrónica, son experimento, son voracidad, son purga, son crudeza, son incomodidad y son desahogo. Así venían sonando sus primeros pasos dentro de ese pequeño universo underground y transgénero que habían construido desde su primera demo; ahora, seis años después y contando por primera vez con un productor externo (y no con cualquiera, pues hablamos de I-ACE, responsable del sonido de artistas como Agorazein o ANTIFAN), la banda logra llevar a un siguiente nivel su extravagante ingenio y firmar una carta de presentación que trasciende de cualquier convencionalismo al uso.
Reconvertidos en dos chamanes que nos guían a través del fuego y de la percusión más atávica, Rubén y Víctor ejecutan su particular y primitiva disertación, echando mano de una poderosa distorsión que evoluciona entre líneas de bajo y synth-punk noctámbulo con el que sacarán de dentro nuestras más terribles tinieblas (“Cienmásuno”). Hay algo en esos cantos profundos que emergen desde el punto más recóndito y abismal de su ser que continuará invitándonos a formar parte de un extraño baile tribal y comunal, sin prejuicios ni confines, que conseguirá ponernos la piel de gallina y dejarnos llevar sin control ni medida. El destino de este singular viaje es lo de menos; nos sentimos arropados por esa suerte de magia generada por loops intermitentes que conjuran lo pretérito y lo coetáneo (“Amanece”), la oscuridad industrial y la emoción terrenal (“A todo querer”), y la calidez castiza y la opacidad orgánica (“Apóstolos”).
Al margen de la tregua que nos ofrezca la frescura tropical de algunas de sus pistas, amables y juguetonas, como “Algo que algo que” o “3368-CPN”, no dejaremos de sentir que nuestros pies se despegan del suelo, nuestros ojos no se focalizan en nada ni nadie y somos presas de un trance vertiginoso e incontenible que solo puede ir a más gracias a ese frenesí descocado que provocan liturgias con cuerpo de himno como “VIVO”. La deriva de este febril lance concluye con una sonata a las seis cuerdas (“Ya se fue”), desprovista de más acompañamiento que el de sus propias voces encadenadas, que a modo de mantra reiterado, consiguen volver a ponernos sobre la tierra, hacernos recuperar la consciencia y reparar en el hecho de haber estado durante diez canciones completamente absortos en un compendio de reflexiones subjetivas convertidas en colectivas. Sin lugar a dudas, unos mimbres arriesgados e infrecuentes para un primer largo y del que solo pueden salir airosos dos imprudentes y alocados rapsodas como son Los Manises.
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