Abrir las puertas y compartir con alegría para airear las heridas del alma. Dos músicos errantes que, sombrero de ala ancha, botas texanas y sempiternos trajes atemporales, más guitarra y mandolina en manos, se rodean de compañeros de profesión para dejar que las canciones vuelen y cicatricen las huellas del camino. “Errantes telúricos”, una decena de canciones que vienen de la mano de otras diez, conformando así un disco doble junto a “Proyecto Toribio”, reservado al “hardcore folk tradicional de Castilla”, donde, tras madurar e investigar durante años el rico repertorio de Toribio del Olmo, rescatan y revisitan su legado, acompañados de lo más granado del violín patrio en un lote totalmente instrumental, sacándole brillo al cancionero del gran maestro violinista de Algora, Guadalajara. Del cabaret reconvertido en deliciosa ronda y habas verdes de “Mala entraña”, con Begoña Riobó al violín, a bellísimos pasacalles con preciosistas arreglos de cuerdas, jotas y pasodobles que parecen dar la bienvenida a una buena nueva primaveral, con aires y aromas de arcadia y flores, invitándonos a fiestas y verbenas rurales, en casetas rodeadas de árboles o plazas de pueblos perdidos, para bailar hasta el amanecer (¡ojalá pronto!) y volver a encontrarnos.
“Nunca ha sido fácil abrir la senda/deja que te diga como va el tema./Se ve claro desde fuera lo que se debe hacer/cuando estás en tu tormenta es más difícil ver…”. Tras el nudo en la garganta que nos dejó el imprescindible y hermoso hasta el desgarro “Quique dibuja la tristeza” (18), Roberto le escribió a su hermano la letra de “Problemas a los problemas”, primer adelanto de “Errantes telúricos” y hit instantáneo en el que hacen piña con el gran Josele Santiago, dándole una patadita a las penas y firmando una de las canciones más pegadizas y redondas de un disco sobresaliente de principio a fin. Así, lo que parecía dicha perpetua, se balancea en la efímera alegría y permanece el dolor, pero con un rayo de sol que vence a todo ocaso, calentando y descongelando corazones, fundiéndose a fuego lento las voces de Los Hermanos Cubero con el candoroso registro de una omnipresente Amaia.
La brisa de atardeceres enamorados nos lleva de Memphis a la ciudad de la Alhambra en “Así llegué a Granada”, otro vaivén de melodías sanadoras en una suerte de “That’s How I Got To Memphis” revisited, con los Cubero, Tom T. Hall y Grupo de Expertos Solynieve al mando, hermanados y tomándose la penúltima en el mirador del Sacromonte. La “llama encendida” sigue y la piel arde junto al festivo Rodrigo Cuevas, mientras Carmen París borda y rezuma verdad en la sentida “Como mis pesares”.
Antes amanecemos y tocamos el cielo en el inicio ganador de “La rama”, con Quique y Rosenvinge enamorando y haciendo que sonría hasta la pena más resalada de nuestros adentros, con relincho incluido de una Christina desatada que quema las naves y nos deja boquiabiertos. Y si Hendrik Röver y Los Míticos GTs sudan americana y blues fronterizo en “G.U.A.D.A.L.A.J.A.R.A.”, cabalgada relampagueante de folk-rock, Ara Malikian camina sobre las aguas y se marca un paisaje de película en la hipnótica instrumental “Matayeguas”, para rematarnos en esa preciosa historia de amores no correspondidos en “La boda y el entierro”, dos caras de la moneda que suenan auténticas y dolientes hasta el infinito y más allá, con un Nacho Vegas que se hace hermano Cubero de sangre en la encrucijada de cada fraseo.
Un viaje delicioso, uno de esos discos que querrás regalar una y otra vez… Y no, no me olvido de “Canción para un final. Canción para un principio”, simplemente intento recuperar el aliento desde la última escucha (camino de mil). Joya entre las joyas de la corona, con una Rocío Márquez que para el tiempo a su antojo y nos regala, una vez más, una vida extra.
A estos errantes telúricos hay que quererlos, porque esto es amor por la música y lo demás es tontería. Yo, de tercer apellido, Cubero, y si nos dicen que echemos un cantecito con ellos, también nos apuntamos.
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