Vuelve la guasa, vuelve el PORC y vuelven Los Ganglios con un nuevo despiporre sonoro con tanta mala baba y azogue techno como de costumbre. Seis años después de ofrecernos su último y ácido collage de desvergüenzas y miserias posmodernas, la dupla pacense compuesta por Xoxé Tétano y Rafael Filete confía una vez más en el apoyo de sus seguidores para sacar adelante el que es ya su sexto disco de estudio: “Peruguay”.
Tal vez solo ellos entiendan el significado del término que da título a su nueva macarrada pop, pero con eso nos es suficiente para bailarla hasta la extenuación. Tan pronto como arranca el sardónico gamberrismo ofrecido por los mencionados, uno comprende que no es momento de intelectualizar ni rizar el rizo de su propuesta. Se disfruta azorada y desacomplejadamente de este cachondo festival de sintetizadores multiusos y letras chifladas, y punto.
Chanzas al margen, mucho ojo con no tomarnos en serio a Tétano y Filete, pues, a pesar de sus pistas canallas y sus melodías bufas, sigue saltando a la vista que el dueto no da puntada sin hilo en cada una de sus intervenciones. Con el oportuno tino que les caracteriza, la banda radiografía el hoy de su generación, abriendo las líneas de su habitual costumbrismo mutante a la nostalgia chunga (“Estaba Guay”) y a la esclavitud farmacéutica (“Rivotril”), demostrándonos que, en efecto, nos tienen tan calados que terminaremos riendo por no llorar.
No sería un disco de Los Ganglios sin ver a estos recalar en ciertos lugares comunes de su cínico imaginario que, por la puerta grande, acaban haciendo acto de presencia en este nuevo largo. Nos referimos, sin duda, a su natural verborrea para contar historias que rozan el sci-fi más dantesco (“Plus Ultra Cuerpo”), a su romanticismo bakala y descarado (“Rubia de Bote”, con Anna Gallarati a los coros) o a sus siempre presentes referencias tecnológicas (en este caso dirigidas a la “PS6”, que por cierto, “no la cataréis”).
Su amalgama de cachivaches electrónicos (sintes, teclados, samplers, reproductores de cinta, cajas de ritmo y la de Dios es Cristo) es la culpable de que también estemos ante uno de los trabajos más heterogéneos de los de Badajoz. Dicha combinación de recursos con poso retro y pegadizo nos permite saltar del arraigo cañí (“El Alegrímetro”) a la tralla post-punk (“Adolescente imprudente”) sin provocarnos rechazo ni perplejidad, atestiguando de paso el largo carrete sónico que este sin par conjunto posee.
Irreverentes, maquineros, críticos, paródicos, indescifrables y fortuitamente emocionales; todo lo que queríamos de ellos, y más, se encuentra reunido en estas doce canciones que sintetizan sin peros “la experiencia ganglio”. Como si de un particular brindis al sentido del humor y al verbeneo crápula se tratara, el regreso de Los Ganglios es todo un regalo para aquellos a los que el primer trimestre del año se les está haciendo bola. No sufráis, ya se ve el subiduki al otro lado.
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